Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 18 nov.— Treinta años cabalgó por los montes de Cuba este hombr de buena estatura, delgado, de tez trigueña, de mirada viva y penetrante y respetuoso, que no fumaba, ni profería palabras obscenas ni permitía que los suyos las dijeran.
Santiago de Cuba, 18 nov.— Treinta años cabalgó por los montes de Cuba este hombr de buena estatura, delgado, de tez trigueña, de mirada viva y penetrante y respetuoso, que no fumaba, ni profería palabras obscenas ni permitía que los suyos las dijeran.
Treinta años de su vida los dedicó este
hombre, que a sí mismo se llamó defensor leal de la independencia, a un
pueblo que no lo vio nacer, pero que lo acogió como suyo.
Este hombre encabezó a los cubanos en la memorable carga al machete de Pino en Baire al iniciarse la guerra grande y enseñó a los cubanos a blandir ese instrumento de trabajo como un arma de guerra, mortífera y terrible.
Este hombre, que fue maestro de otros tantos hombres gloriosos, fue héroe de mil batallas y en ellas escapó noventa veces a la muerte, como si se burlara de ella. Fue perdonado sublime como a él le gustaba decir.
Este hombre, que nació el 18 de noviembre de 1836, en Baní, República Dominicana, respondía al nombre de Máximo Gómez Báez, pero los cubanos les llamamos simplemente: El Generalísimo.
No se puede hablar de las luchas independentistas cubanas sin mencionar su nombre, junto al de Céspedes, los Maceo, Guillermón y otros tantos que engrandecieron la Patria, en los primeros diez años de la guerra.
Máximo Gómez estuvo junto a Martí y con él concibió la estrategia de la nueva guerra necesaria, bajo la dirección de un Partido y un mando únicos.
Junto a Maceo el Generalísimo llevó la guerra hasta el centro y el occidente de la isla, en una hazaña militar sin precedente para esos tiempos, lo que mereció incluso, que los propios españoles lo llamaran el mejor general de los dos bandos en la guerra.
Máximo Gómez murió en La Habana el 17 de junio de 1905 a la edad de 69 años, le tocó la triste gloria de ver traicionada la causa a la cual dedicó su inteligencia y su juventud, pero su pueblo noble y leal siguió siendo el mismo y hoy, a 179 años de su natalicio, lo recuerda con cariño y con sus sueños cumplidos, de tener una patria libre y soberana, porque así somos.
Máximo Gómez, sin embargo, solo se consideraba a sí mismo: “un soldado defensor, leal y entusiasta de la justa causa de un pueblo noble, valiente y tan cercano, que casi es lo mismo, a la tierra donde se meció su cuna”
La historia militar del generalísimo así lo confirma, “sin otra ambición --como dijera a Martí--, que obligar a los cubanos a que amen a los míos y me recuerden mañana con cariño”. Y es así con cariño como los cubanos lo recordamos hoy en el 179 aniversario de su natalicio.
Este hombre encabezó a los cubanos en la memorable carga al machete de Pino en Baire al iniciarse la guerra grande y enseñó a los cubanos a blandir ese instrumento de trabajo como un arma de guerra, mortífera y terrible.
Este hombre, que fue maestro de otros tantos hombres gloriosos, fue héroe de mil batallas y en ellas escapó noventa veces a la muerte, como si se burlara de ella. Fue perdonado sublime como a él le gustaba decir.
Este hombre, que nació el 18 de noviembre de 1836, en Baní, República Dominicana, respondía al nombre de Máximo Gómez Báez, pero los cubanos les llamamos simplemente: El Generalísimo.
No se puede hablar de las luchas independentistas cubanas sin mencionar su nombre, junto al de Céspedes, los Maceo, Guillermón y otros tantos que engrandecieron la Patria, en los primeros diez años de la guerra.
Máximo Gómez estuvo junto a Martí y con él concibió la estrategia de la nueva guerra necesaria, bajo la dirección de un Partido y un mando únicos.
Junto a Maceo el Generalísimo llevó la guerra hasta el centro y el occidente de la isla, en una hazaña militar sin precedente para esos tiempos, lo que mereció incluso, que los propios españoles lo llamaran el mejor general de los dos bandos en la guerra.
Máximo Gómez murió en La Habana el 17 de junio de 1905 a la edad de 69 años, le tocó la triste gloria de ver traicionada la causa a la cual dedicó su inteligencia y su juventud, pero su pueblo noble y leal siguió siendo el mismo y hoy, a 179 años de su natalicio, lo recuerda con cariño y con sus sueños cumplidos, de tener una patria libre y soberana, porque así somos.
Máximo Gómez, sin embargo, solo se consideraba a sí mismo: “un soldado defensor, leal y entusiasta de la justa causa de un pueblo noble, valiente y tan cercano, que casi es lo mismo, a la tierra donde se meció su cuna”
La historia militar del generalísimo así lo confirma, “sin otra ambición --como dijera a Martí--, que obligar a los cubanos a que amen a los míos y me recuerden mañana con cariño”. Y es así con cariño como los cubanos lo recordamos hoy en el 179 aniversario de su natalicio.
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