Por Israel Hernández Planas
Hay que subir y bajar pendientes obligatoriamente
cuando se transita por cualquier punto de la ciudad de Santiago de Cuba.
No se puede prescindir de ello. Es la herencia de una geografía
accidentada que caprichosamente se eleva lo mismo que desciende, da
igual si camina por el centro histórico que por los repartos más
alejados.
De modo que las escalinatas, al igual que las lomas, se hicieron parte de la silueta urbana y hoy no se concibe al Santiago de 500 años sin la presencia de estas calles escalonadas. Aunque en cualquier punto de la urbe podemos encontrar alguna escalinata es en el emplazamiento de la ciudad antigua donde se encuentra el mayor número de ellas.
En el casco histórico, que ocupa una extensión de 3,2 kilómetros, tenemos cinco de las más relevantes. En el barrio el Tivolí se hallan las escalinatas del Callejón Santiago, la escalinata de la Virgen y la más famosa, la escalinata de Padre Pico, símbolo imperecedero del Santiago de todos los cubanos.
Las otras dos escalinatas del centro histórico son la de Los Maceos y aquella que lleva por nombre Lauro Fuentes y que logra un confort y ambiente único en el lugar donde está enclavada.
La imagen urbana resultante de ese periodo de 1515 a 1898 puede resumirse en una ciudad caribeña marinera, forjada con los avatares sísmicos y que por su geografía accidentada creció generando una red de calles, callejuelas, callejones y escalinatas que en su adaptación al terreno que ocupan ondulaban como ejes serpenteantes llegando en las zonas altas a constituirse como verdaderos miradores naturales hacia el puerto y el paisaje natural y urbano circundante.
Desde los primeros indicios de desarrollo urbanístico, la ciudad tuvo que adaptarse a la topografía irregular del terreno. Estas mismas condiciones del relieve hace a cada paso Santiago muestre sus lomas, a veces de inclinaciones severas y a las que sólo se asciende por medio de las escalinatas o calles escalonadas. En la génesis arquitectónica y debido a la necesidad de facilitar el paso por la ciudad surgen los llamados pretorios, escalones que permiten acceder a una edificación desde el nivel de la calle a través de una escalera que en ocasiones llega a ser muy vertical. Pero desde el punto de vista urbanístico y con el fin de conectar las calles surgen las escalinatas.
Cada una de estas escalinatas guarda sus secretos, describe su historia y se convierten en elementos propios de nuestra ciudad, como es el caso de la célebre Escalinata de Padre Pico. Emplazada en la antigua Loma de Corvacho, llamada así por el apellido de un bodeguero que tenía su negocio en la esquina próxima.
La escalinata fue construida por mandato del alcalde de la ciudad Emilio Bacardí y Moreau quien declinando el honor de que esta obra recibiera su nombre determinó dedicarla a quien fuera Dean de la Catedral, el Doctor Bernardo Antonio del Pico y Redín, por su vida ejemplar y el amor que tenía a sus feligreses y pueblo en general. Hoy, la escalinata de Padre Pico, junto a las otras, brinda a quien las sube un cansancio placentero y una vista inigualable con el aquel de haber transitado por algo tan genuinamente santiaguero. Así son las escalinatas de Santiago.
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