Autor : Armando Fernández Martí
"Ya estamos en combate", la voz vibrante del poeta devino en la voz
enérgica de la Patria mandando a aquellos más de 100 hombres al
cumplimiento de un deber: libertarla. Después Fidel les habló, expuso el
plan, los riesgos y les invitó a la lucha. Ellos le siguieron
valientemente sin miedo.
Cuando los autos recorrían los más de 15
kilómetros entre la Granjita Siboney y la ciudad, el silencio de la
madrugada permitía escuchar claramente un canto: "no temáis una muerte
gloriosa, que morir por la Patria es vivir". Cuántos entonces no
pensaron en esa posibilidad. Cuánta incertidumbre en cada rostro, en
cada corazón.
Tal vez para muchos la calurosa madrugada del julio
santiaguero se tornó fría. Es lógico, la posibilidad de la muerte
siempre aterra y eso no es cobardía. No enfrentarla si lo es.
Al
entrar en la ciudad, todavía de carnavales, cada grupo tomó su rumbo en
busca de los objetivos propuestos. Los primeros disparos hicieron pensar
a todos que el factor sorpresa, principal propósito de la acción, había
fallado. El éxito esperado así se distanciaba y las manos jóvenes
apretaron los gatillos de aquellas armas, que más bien parecían para un
juego que para tomar aquella fortaleza encerrados entre poderosos muros,
como para no permitir el paso de la historia.
Pero se
equivocaron, porque el amor a la libertad propició derroches de valor y
los corazones se enardecieron, como cuando aquellos mambises del 68 y el
95 cargaban contra el poderío de la colonia y a golpes de machetes
lograban victorias.
Pero esta vez no la hubo, porque la
desigualdad del combate en hombres y armas lo impidió. La mañana de la
Santa Ana se tornó entonces del color de la sangre y la fortaleza toda
se salpicó de ella por los crímenes cometidos contra los asaltantes. Más
de 60 murieron de una u otra forma, pero pocos en el fragor del combate
verdadero. Algunos lograron dispersarse por la ciudad, que los acogió y
otros se fueron a las montañas cercanas a continuar la lucha iniciada.
Ninguno
se arrepintió de haber venido hasta donde descansaban los restos del
Apóstol, para no dejarlo morir, en el Año del Centenario, aunque muchos
sabían que la muerte les rondaba, como espada certera sobre sus cabezas.
Después
de aquel 26 de Julio se acabó el silencio en la Patria. Ya nada ni
nadie pudo detener el ejemplo de aquellos muertos y de los vivos, para
que cada cubano se sintiera en el deber de continuar por el sendero
emprendido el camino de la victoria y con ella la libertad.
59
años después de aquella gloriosa jornada contamos los hechos de aquel
26, no como un pasaje a a historia, sino como la historia misma de la
Patria, que ya libre y soberana, se sabe indetenible, como los que ese
día marcharon al combate entonando el himno de Bayamo: "En cadena vivir
es vivir, en afrenta y oprobio sumidos, del clarín escuchad el sonido, a
las armas valientes, corred".
¡Gloria a la mañana de la Santa Ana!, ¡Gloria a los Héroes y Mártires del Moncada!, ¡Gloria a Cuba!
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