Autor : Rosana Pascual de la Cruz
Existe una hermosa historia de amor tras la epopeya del Padre de la
Patria, Carlos Manuel de Céspedes. Un amor cosido a mano como la primera
bandera cubana por Candelaria Acosta Fontaigne, o mejor Cambula, como
cariñosamente la recuerda la historia de este país.
Allá por el
siglo XIX un grupo de hombres del oriente de la isla se unieron para
deshacerse del colonialismo español. Casi todos eran ricos, pero más que
en bienes lo eran en virtudes humanas. Empuñaron armas y eligieron a
Céspedes como jefe del movimiento independentista cubano. Por una
denuncia fue necesario adelantar el levantamiento del 10 de octubre de
1868 en la Demajagua, pero algo faltaba aún: la bandera.
Carlos
Manuel de Céspedes le confió la empresa a una tierna joven, hija del
capataz de su hacienda, Candelaria Acosta Fontaigne, Cambula, como todos
la conocían y a quien lazos afectivos lo unían; desde que en 1867 había
quedado viudo de su primer matrimonio con la mujer más bella de Bayamo,
su prima María del Carmen.
La primera bandera cubana tendría
los colores republicanos, azul, rojo y blanco, similar a la de Chile,
pero existía un contratiempo, no tenían la tela.
Del cielo de un
mosquitero sacó Cambula el rojo y de un corpiño el blanco, pero faltaba
el azul. Céspedes fue al velo sobre el cuadro de la esposa muerta, pero
la joven de 16 años lo detuvo: “No es necesario”, le dijo, “Yo tengo un
vestido azul que puedo utilizar igualmente”.
Sobre la estrella
Cambula se lamentó: “No sé bordar, y aunque supiera tampoco la haría
porque no sé dibujarla”. Pero allí estaba quien sería el abanderado de
la tropa, el joven Emilio Tamayo, quien dibujó la estrella en un papel
que Cambula fijó con alfileres sobre el lienzo y cortó y cosió en el
cuadrado rojo de la bandera.
El primer encuentro de los
insurrectos fue en el poblado de Yara el día 11, bajo la primera
bandera cubana. En la Asamblea de Guáimaro, el 11 de abril de 1869, se
proclamó la bandera de Narciso López como la oficial de la República,
pero quedó la de Yara presidiendo la Cámara de Representantes, la misma
que hoy puede verse en el Museo de la Revolución en la capital cubana.
Conocida
por los españoles la relación entre Cambula y Céspedes, fue necesario
que esta huyera con su padre a Manzanillo. Poco después marchó a la
manigua para acompañar a su amado. Les nació una hija, Carmita, la
adoración del caudillo.
Para unir a los camagüeyanos y los
orientales, Céspedes, entonces Presidente de la República en Armas,
decidió casarse con Ana de Quesada, de Camagüey, hermana del general en
jefe del Ejército Libertador. Pero el amor de Céspedes y Cambula
permanecería ondeando cual bandera, en la manigua insurrecta.
De
nuevo estaba encinta, Candelaria Acosta dio a luz en Kingston, Jamaica,
donde fue a vivir por razones de seguridad para su vida y la de sus
pequeños.
Vendría entonces la tragedia de “San Lorenzo”.
Céspedes, destituido de la presidencia murió solo disparando contra los
españoles el 27 de febrero de 1874. A Cambula y a sus hijos los
protegieron los emigrados en Jamaica. Tres años después de terminar la
Guerra de los Diez Años se establecieron en Santiago de Cuba.
A principios de 1935 Cambula recibiría la Orden “Carlos Manuel de Céspedes”. Murió el 23 de mayo a los 84 años.
Dicen
algunos añejos santiagueros que se halla sepultada en el cementerio
Santa Ifigenia, no lejos de la tumba del patriota cubano. También
cuentan que aquella escultura de una joven colocando una corona de
laurel junto al busto de Céspedes en el camposanto santiaguero, no
simboliza la república, o la inmortalidad, o la gloria como algunos
piensan, esa hermosa mujer de mármol, no es otra que Cambula.
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