Plaza de la revolución

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miércoles, 18 de abril de 2012

Una historia de amor tejida en blanco, rojo y azul

Autor : Rosana Pascual de la Cruz

Existe una hermosa historia de amor tras la epopeya del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes. Un amor cosido a mano como la primera bandera cubana por Candelaria Acosta Fontaigne, o mejor Cambula, como cariñosamente la recuerda la historia de este país.

Allá por el siglo XIX un grupo de hombres del oriente de la isla se unieron para deshacerse del colonialismo español. Casi todos eran ricos, pero más que en bienes lo eran en virtudes humanas. Empuñaron armas y eligieron a Céspedes como jefe del movimiento independentista cubano. Por una denuncia fue necesario adelantar el levantamiento del 10 de octubre de 1868 en la Demajagua, pero algo faltaba aún: la bandera.

Carlos Manuel de Céspedes le confió la empresa a una tierna joven, hija del capataz de su hacienda, Candelaria Acosta Fontaigne, Cambula, como todos la conocían y a quien lazos afectivos lo unían; desde que en 1867 había quedado viudo de su primer matrimonio con la mujer más bella de Bayamo, su prima María del Carmen.

La primera bandera cubana tendría los colores republicanos, azul, rojo y blanco, similar a la de Chile, pero existía un contratiempo, no tenían la tela.

Del cielo de un mosquitero sacó Cambula el rojo y de un corpiño el blanco, pero faltaba el azul. Céspedes fue al velo sobre el cuadro de la esposa muerta, pero la joven de 16 años lo detuvo: “No es necesario”, le dijo, “Yo tengo un vestido azul que puedo utilizar igualmente”.

Sobre la estrella Cambula se lamentó: “No sé bordar, y aunque supiera tampoco la haría porque no sé dibujarla”. Pero allí estaba quien sería el abanderado de la tropa, el joven Emilio Tamayo, quien dibujó la estrella en un papel que Cambula fijó con alfileres sobre el lienzo y cortó y cosió en el cuadrado rojo de la bandera.

El primer encuentro de los insurrectos fue en el poblado de Yara el día 11, bajo la  primera bandera cubana. En la Asamblea de Guáimaro, el 11 de abril de 1869, se proclamó la bandera de Narciso López como la oficial de la República, pero quedó la de Yara presidiendo la Cámara de Representantes, la misma que hoy puede verse en el Museo de la Revolución en la capital cubana.

Conocida por los españoles la relación entre Cambula y Céspedes, fue necesario que esta huyera con su padre a Manzanillo. Poco después marchó a la manigua para acompañar a su amado. Les nació una hija, Carmita, la adoración del caudillo.

Para unir a los camagüeyanos y los orientales, Céspedes, entonces Presidente de la República en Armas, decidió casarse con Ana de Quesada, de Camagüey, hermana del general en jefe del Ejército Libertador. Pero el amor de Céspedes y Cambula permanecería ondeando cual bandera, en la manigua insurrecta.

De nuevo estaba encinta, Candelaria Acosta dio a luz en Kingston, Jamaica, donde fue a vivir por razones de seguridad para su vida y la de sus pequeños.

Vendría entonces la tragedia de “San Lorenzo”. Céspedes, destituido de la presidencia murió solo disparando contra los españoles el 27 de febrero de 1874. A Cambula y a sus hijos los protegieron los emigrados en Jamaica. Tres años después de terminar la Guerra de los Diez Años se establecieron en Santiago de Cuba.

A principios de 1935 Cambula recibiría la Orden “Carlos Manuel de Céspedes”. Murió el 23 de mayo a los 84 años.

Dicen algunos añejos santiagueros que se halla sepultada en el cementerio Santa Ifigenia, no lejos de la tumba del patriota cubano. También cuentan que aquella escultura de una joven colocando una corona de laurel junto al busto de Céspedes en el camposanto santiaguero, no simboliza la república, o la inmortalidad, o la gloria como algunos piensan, esa hermosa mujer de mármol, no es otra que Cambula.
 

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