Por Aída Quintero Dip
Santiago de Cuba, 30 jul.— De Armando Labaceno Labaceno, quien integra la selecta lista de los educadores destacados del siglo XX en Cuba, no podría decirse que amaba el magisterio desde niño, ni siquiera hablarse de tradición familiar o influencia de algún amigo para escoger la profesión que después le enamoró para toda la vida.
La madre, una mujer muy pobre de su Baracoa natal, sí tenía bien claro que su único hijo debía dedicarse a un oficio útil y ya existía un cimiento importante: el afán insaciable por estudiar, aunque su pueblo le deparara el triste panorama de que solo podría llegar hasta el nivel secundario.
“Escogí el magisterio por necesidad, era mi tabla salvadora, no había otra opción y para ello tuve que agenciármelas e irme para Santiago de Cuba, donde funcionaba el único centro de toda la región dedicado a esos estudios: la antigua Escuela Normal para Maestros de Oriente, convertida luego en fragua de intelectuales y patriotas.
“Hoy estoy feliz de esa elección, ser educador ha sido el sentido de mi vida, considero esa profesión la mejor del mundo y difiero de quienes piensan que carece de reconocimiento social, qué es entonces el agradecimiento de la familia y ese abrazo y cariño al encuentro con los alumnos formados con tanto amor y convertidos en hombres y mujeres de bien.
“En la Normal tuve el otro gran incentivo de mi existencia, al ser parte de la lucha estudiantil contra la dictadura de Fulgencio Batista y enrolarme junto a jóvenes revolucionarios que me marcaron del calibre de Frank País, Pepito Tey, Floro Regino Pérez, Alberto Fernández Montes de Oca y otros”, dice con evidente orgullo.
“Enseñar y luchar por cambiar los destinos del país, consagrarse a la educación y a la Revolución son las dos coordenadas que definen mi existencia”, confiesa este hombre de 83 años con lucidez admirable y energía que contagia.
Este pedagogo de raíz y alma tiene cuatro hijos, todos buenos en lo que hacen, pero Aída, profesora de Química de la Universidad de Oriente, le dio la alegría de seguirle los pasos, y de los cinco nietos también Diana se graduó de Licenciada en Educación como para darle continuidad a su obra.
“Siento la satisfacción de haber sembrado buenas semillas en más de 60 años dedicados a tan responsable puesto y de ser un discípulo agradecido del célebre maestro del siglo XIX cubano, José de la Luz y Caballero, quien profetizó: “Enseñar puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo”.
Premio Especial Maestro de Maestros, Premio Maestro Inolvidable, de la Asociación de Pedagogos de Cuba, y otros muchos atesora en su vitrina, pero el que más lo enaltece es el Reconocimiento por su consagración y entrega a la labor formativo-educativa de los hijos del heroico pueblo de Santiago de Cuba, otorgado por la dirección del sector en 2002.
Doctor en Pedagogía, Licenciado en Historia, acucioso investigador, profesor frente al aula en la Enseñanza Media o en la Superior, metodólogo, jefe de cátedra, director de planteles; sin embargo, a Labaceno le brillan los ojos cuando recuerda su titulación de maestro normalista en 1955, ya que por ahí comenzó la verdadera historia de su existencia.
“Allí tuve mucha influencia de buenos maestros, algunos inolvidables en mi formación como Zayda Martínez, y también Rodulfo Ibarra y Rodolfo Hernández Giro, entre otros que sentaron pautas en la pedagogía de la Isla”.
Quien se confiesa amante sempiterno de la historia santiaguera, su segunda patria chica; es querido y respetado en su barrio del Consejo Popular Veguita de Galo, donde por 24 años fue delegado de circunscripción, mérito que le valió para recibir La Llave de la Ciudad, otorgada por la Asamblea Municipal del Poder Popular.
Su rica trayectoria ha sido gratificada con varias condecoraciones como las distinciones Por la Educación Cubana, Rafael María de Mendive y 28 de Septiembre, y las medallas por Aniversario 40 de las FAR y de la Campaña de Alfabetización, además del Premio Arturo Duque de Estrada, de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba.
Y allí, muy cerca del corazón, guarda con celo la Orden Frank País, el combatiente y avezado jefe clandestino que fue su amigo, compañero de aula y hermano de lucha, el más alto exponente de la juventud de la época, el maestro que le enseñó a amar la Patria y protegerla siempre de cualquier peligro, si es preciso con la propia vida.
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