Por María Elena López Jiménez
Santiago de Cuba, 1 oct.— Santiaguero desde lo más profundo, como un llamado de estirpe, José Soler Puig solo escribía cuando se encontraba en su ciudad aunque trabajó en diferentes lugares del país. Afirmaba que escribir era una cuestión de mucha disciplina y amor y eso lo sentía en el terruño.
Por eso, su primera novela, Bertillón 166, tuvo una protagonista fuerte y seductora, la ciudad de Santiago de Cuba, en el momento de la clandestinidad, en la lucha sin cuartel contra la dictadura de Fulgencio Batista Zaldívar.
En el año del centenario de su natalicio, 2016, se reeditó la novela con que se dio a conocer en 1960 y que ganó el premio Casa de las Américas; obra cardinal de la novelística en la época revolucionaria. Luego de este lauro se radicó en La Habana y se dedicó a crear libretos para la radio y colaborar en el cine con el guión del cuento "Año nuevo", que cerró la trilogía fílmica Cuba 58, y con el de la película Preludio Once. Ambas se estrenaron a principios de la década del sesenta.
Miembro del ICAIC cuando se produjo el ataque a Playa Girón, participó filmando escenas de diferentes batallas en el territorio de la Ciénaga de Zapata. Entre 1961 y 1963 publicó otras narraciones, en Bohemia y en la revista del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA).
Antes del triunfo revolucionario, recorrió el país trabajando en diferentes sectores, desde la Isla de la Juventud hasta Guantánamo; buscavidas y jornalero, hurgaba en los pareceres de quienes se encontraba en el largo camino de su existencia y cuando se dedicó a la narrativa, nada ni nadie lo interrumpió, sabía que había llegado un poco tarde, después de los 40 y entonces no hubo obstáculos para retratar con palabras a los ardores de la ciudad, sus personajes y haceres.
Quienes eran asiduos a su hogar del reparto Sueño comprendían y sabían que cada gesto o frase del escritor representaba una enseñanza; de hecho se convirtió en guía y maestro.
La época en que asesoraba al Cabildo teatral Santiago fue muy fecunda: en el 1981, su cumpleaños 65 lo festejaron en la escalinata de la calle Habana, una auténtica barriada santiaguera y allí disfrutó al estilo relacionero de su obra “El macho y el guanajo”… Plenamente feliz se veía el artista compartiendo con el pueblo que amó y lo transformó en un prosista universal. En 1988 la EGREEM editó el disco "Encuentro con Soler Puig", con fragmentos de su vida y sus novelas en su propia voz.
Con frecuencia, él repasaba la manera en que se disciplinó para el oficio y sus métodos especiales: copiar textos largos y tratar de memorizar grandes ficciones y repetir las propias, como por ejemplo “El Caserón”, que la escribió 7 veces…. Afirmaba ser cómplice de los personajes, tanto así que muchos de ellos pertenecían a su personalidad con las contradicciones y preguntas de profundos aspectos en el devenir humano.
El primer consejo que entregaba a los noveles lo afirmaba despacio, “a escribir se aprende leyendo y escribiendo aunque no seas un hombre culto”. Exponía su propio ejemplo de autodidacta y de ejercitar la escritura diariamente durante horas; el resultado se evidencia en una obra repleta del peregrinar cubano, los protagonistas emanaron de la cotidianidad citadina, enraizándose en cada época que revivía con su pluma.
Repasando algunas de sus novelas, nos damos cuenta de la concepción de clases que su creador les imprimía: “Bertillón 166” es una denuncia a la tiranía batistiana, desde la semblanza de un día de crímenes en Santiago y la reacción clandestina de su pueblo; “El pan dormido” refleja la vida de su familia como panaderos y su relación con otros sectores sociales como la pequeña burguesía; “El Caserón” representa dos épocas narradas y la situación imperante en cada una de ellas; “Un mundo de cosas” se nutre a partir de una familia fabricantes de ron desde la colonia hasta 1970. Otras como “El nudo” y “Ánima sola” se refieren también a diferentes contextos santiagueros.
En cambio, “Una mujer”, él mismo lo declaró, que casi no había puesto nada de su imaginación. Fue su compañera de vida, Shila, que le contó un día todo el devenir en su existencia y el sendero tortuoso de necesidades. Es de sabio comprender que detrás de un gran hombre, hay una tremenda mujer. Y ese es un ejemplo incuestionable.
Bien lo reseña el investigador Juan Manuel Reyes cuando acentuó que Soler Puig novelando, fue uno de los mejores promotores de nuestra historia, exponiendo con sencillez disímiles aportes impregnados del apego y amor entrañable al paisaje oriental cubano. Alejo Carpentier enunció que constituía un escritor nato, por encima de los diferentes modos de ver y hacer.
Una vez Soler Puig contestó de forma magistral en una entrevista cuando le preguntaron qué si él era el novelista de Santiago: “Yo no pretendo mostrar a Santiago ni hacer su historia. Lo que ocurre que uno necesita un escenario para escribir. Nací aquí, me crié aquí, aunque no soy un conocedor profundo de la historia de la ciudad, conozco a Santiago y a los santiagueros. En otro lugar no me sentiría bien a la hora de escribir. El derrumbe lo comencé en la Habana, pero que va, no podía, tuve que venir para acá”… Y luego concluyó que ”Santiago es una ciudad segura de sí misma, muy capaz de conseguir lo que ambiciona, muy dada a la lucha. No es regionalista; por Cuba, Santiago fue a pelear hasta Guane”.
Cuba y la narrativa agradecen por siempre el amor y la dedicación al santiaguero que fue incansable en su excepcional vida de escritor y Santiago de Cuba, le brinda sus más altos sentimientos de gratitud.
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