Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 2 sep.— El 2 de septiembre de 1960 en la hoy Plaza de la Revolución José Martí, de La Habana, más de un millón de cubanos se reunieron en asamblea general del pueblo, para responder a la política agresiva de la Organización de Estados Americanos expresada en la Séptima Reunión de Cancilleres celebrada en San José, Costa Rica.
Bajo la tutela de Estados Unidos la OEA había aprobado la Declaración de Costa Rica, un infame documento cuyo objetivo era aislar a Cuba del resto de la comunidad latinoamericana, con el apoyo de la mayoría de los cancilleres del área, excepto Méjico, Venezuela y Perú que no se plegaron a los dictados de Washington.
Al hablar ante la masiva asamblea, el Comandante en Jefe Fidel Castro preguntó: “? Qué ha hecho Cuba para ser condenada? (…) Nuestro pueblo no ha hecho otra cosa que romper las cadenas, (…) sin perjudicar a ningún otro pueblo, sin quitarle nada a ningún otro pueblo”.
Con la Declaración de Costa Rica en la mano Fidel llamó a discutirla y aclaró, que como todos los artículos están en contra de Cuba, “tenemos que formular nuestra declaración nosotros. Conforme ellos hicieron la suya, nosotros tenemos que hacer la nuestra aquí, la Declaración de La Habana”, dando lectura al histórico documento que en nueve puntos recoge los problemas más acuciantes de América Latina.
Entre esos puntos se destacan, la condena a la intervención abierta y criminal que durante más de un siglo ha ejercido el imperialismo norteamericano sobre América Latina; que la ayuda espontánea ofrecida por la Unión Soviética a Cuba no puede ser considerada como un acto de intromisión, sino de solidaridad, y niega que no ha existido pretensión alguna por parte de la URSS y la República Popular China de utilizar a Cuba para poner en peligro la unidad del hemisferio.
La Declaración de La Habana condena así mismo los males que afectan a los pueblos, como el latifundio, salarios de hambre, explotación del trabajo humano, el analfabetismo, la falta de maestros, escuelas, de médicos y hospitales, la discriminación del negro y el indio y la desigualdad y explotación de la mujer, entre otros males que ahogan a los pueblos.
La Declaración “postula el deber de todos los hombres y mujeres a luchar por sus reivindicaciones económicas, políticas y sociales y luchar por su liberación, mientras que confirmó su fe en que América Latina marchará unida y vencedora, proclamando que Cuba ratifica ante ella y el mundo su dilema irrenunciable: ¡Patria o Muerte!”.
58 años después de la aprobación de la Declaración de La Habana esta sigue siendo un documento de extraordinaria vigencia, pues los males que le dieron origen aún persisten, incluido el imperialismo norteamericano.
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