Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 17 jun.— Fue triste para Cuba la fecha del 17 de junio de 1905, cuando sobre las seis de la tarde el médico de cabecera de Máximo Gómez Báez anunciaba a los presentes en su residencia de la Quinta de los Molinos, en La Habana: “El General ha muerto”
Qué ironía la del destino, pues aquel hombre que había escapado a la
muerte en cientos de combates por la independencia de Cuba, fallecía sin
embargo, como consecuencia de una pequeña e inofensiva herida que se
hizo en la mano derecha la cual le produjo una grave infección que le
costó la vida a la edad de 69 años.
Días antes, el Generalísimo
había viajado a la ciudad de Santiago de Cuba con su esposa y dos hijas,
para visitar a Maxito, otro de sus hijos varones que residía en la
capital oriental, ocasión que aprovechó para tomar un descanso y de
paso, alejarse de maquinaciones políticas en la que querían involucrarlo con fines electoreros.
En
Santiago de Cuba, como en toda Cuba, Máximo Gómez era un ídolo, En las
calles todos querían verle y saludarle y de tantos estrechones de mano,
al parecer la pequeña herida se resintió e infectó, causándole mucha
fiebre, por lo que el médico de cabecera, el Doctor José Pereda, dispuso el regreso del Generalísimo a la capital lo que hizo en un tren especial.
Ya
en La Habana, en la Quinta de los Molinos, donde fue instalado, el
estado de Gómez empeoró por días. Subió la fiebre, desvarió, los
escalofríos se hacían insoportables, persistía la debilidad general y se
detectó un acceso hepático a punto de supurar. Se llegó a la
conclusión, y el propio General lo sabía de qué la muerte era inevitable
y en la mañana del 17 de junio se despidió de su esposa Manana y de sus
hijos Máximo, Urbano, Bernardo, Andrés, Clemencia y Margarita. Quince
minutos antes de las seis de la tarde llegó al lugar el Presidente de la
República, Tomás Estrada Palma, pero ya el enfermo estaba en estado de agonía.
El
cadáver de Máximo Gómez Muerte Máximo Gómez, después de embalsamado,
fue trasladado al Salón Rojo del Palacio Presidencial para que se le
rindiera el merecido homenaje, con honores de Presidente de la
República. El gobierno dispuso duelo nacional los días 18, 19 y 20 de junio.
El
martes 20 de junio a las tres de la tarde, partió el cortejo fúnebre
del generalísimo Máximo Gómez desde el Palacio Presidencia hasta el
Cementerio de Colon, en la capital, trayecto donde el pueblo se agrupó
para rendirle el último tributo a un hombre que había dedicado 30 años
de su vida para ayudar a los cubanos a hacer patria. No hubo despedida
de duelo ante su tumba. No la necesitó porque el Generalísimo se había convertido en un ser inmortal.
Así
se le recuerda hoy 113 años después de su desaparición física, señala
finalmente en esta crónica el periodista Armando Fernández Martí.
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