Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 30 jul.— El
asesinato de Frank País García la tarde del 30 de julio de 1957
conmocionó a toda la población santiaguera que al siguiente día
convertida en un mar de pueblo, se lanzó a las calles para acompañar al
joven héroe hasta su última morada en el cementerio Santa Ifigenia.
El propio 30 de julio, el cadáver de Frank fue velado durante dos
horas en su casa, en San Bartolomé entre Habana y Maceo, pero después se
trasladó para el hogar de su novia, América Domitro, en la esquina de
las calles Heredia y Clarín, para facilitar que el pueblo pudiera
rendirle homenaje y que lo viera por última vez en el féretro vestido de
verde-olivo con los grados de Coronel y con una boina y una rosa blanca
en el pecho.
Mientras, en otro punto de la ciudad, en la antigua
Colonia Española, acudían también miles de santiagueros a rendirle
tributo a Raúl Pujol Arencibia, asesinado junto a Frank, en la tarde del
30 de julio.
A las tres de la tarde del 31 de julio de 1957,
ambos cortejos fúnebres partieron desde sus respectivos sitios para
unirse en el Parque Céspedes todos los participantes y formar una sólida
y compacta multitud que desbordó más de veinte cuadras gritando ¡Abajo
Batista!, ¡Viva la Revolución! y ¡Viva Fidel!, además de entonar las
notas gloriosas del Himno Nacional cubano.
Aunque hubo momentos
de tensión, los esbirros no se atrevieron a interrumpir la multitud y
luego de detenerse unos minutos en la intersección de las calles Martí y
Crombet, donde un mes antes habían sido asesinados Josué País, Salvador
Pascual y Floro Vistel, cargando a partir de ahí en hombros los
féretros de Frank y Raúl para recorrer a pie el último trayecto hasta la
necrópolis santiaguera.
Temiendo incidentes graves las
autoridades judiciales decidieron llevar a cabo la inhumación del
cadáver de Frank al siguiente día, primero de agosto y así se hizo en
una ceremonia íntima, siendo depositados sus restos en una bóveda
provisional hasta que un mes después se trasladó para el panteón
familiar, donde descansaban ya los restos de su hermano Josué y de su
padre Agustín País.
Desde entonces, no puede decirse que Frank
País García reposa en ese sitio sagrado de su Santiago, sino que se
levanta cada día hecho pueblo para continuar la obra de la Revolución
Cubana, su gran sueño convertido en realidad.
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