Santiago de Cuba, 6 oct.— Hoy 6 de octubre es un día luctuoso para Cuba pues se recuerda a las 3 478 víctimas del terrorismo de estado fraguado por Estados Unidos simbolizados todos ellos por los que murieron en una fecha como esta pero de 1976, cuando mercenarios al servicio de la CIA hicieron estallar en pleno vuelo, en las cercanías de Barbados, una aeronave de Cubana de Aviación con 73 personas a bordo, todas las cuales perecieron.
La nave había despegado del aeropuerto
de Barbados quince minutos después del mediodía. En su interior nadie
presagiaba la tragedia y aquellos 73 seres tenían un pensamiento común:
Cuba. Varios centenares de millas los separaban de la isla y debajo,
como una fiera en asecho, la inmensidad del mar de un azul infinito,
parecía esperar el instante del siniestro para culminar la obra de los
criminales.
Una explosión sacó a todos de sus pensamientos. El aparato, herido en pleno vuelo se estremeció y en tan solo unos segundos se convirtió’ en un infierno dantesco. La muerte sonríe, porque se sabe vencedora en una batalla imposible por la vida.
En esas circunstancias, el avión gira bruscamente y la esperanza de un posible regreso a tierra alienta de nuevo los corazones. Pero fue ese el último sueño de todos porque otra explosión los aproximó más a la eternidad. La nave cae al mar devenido en gigantesca tumba que abre su garganta para tragarse en su inmensidad profunda y oscura el ataúd común de 73 personas en que se convirtió el DC-8 de Cubana de Aviación, vuelo CU-455 con destino final La Habana.
Todo eso ocurrió hace 40 años y nadie lo ha olvidado, nisiquiera los que nacieron después. El dolor y el llanto compartido entonces es el mismo de hoy. A la muerte los seres llegan a resignarse, pero a la muerte inútil e injusta jamás.
Los que murieron aquel 6 de octubre de 1976 y todos los cubanos y cubanas fallecidos a causa del terrorismo de estado son, como expresara José Martí: “El altar más honroso de la patria”. Ante ellos inclinamos nuestras frentes para rendirle homenaje, con la certeza de que más temprano que tarde la injusticia de tales crímenes temblará. Gloria eterna.
Una explosión sacó a todos de sus pensamientos. El aparato, herido en pleno vuelo se estremeció y en tan solo unos segundos se convirtió’ en un infierno dantesco. La muerte sonríe, porque se sabe vencedora en una batalla imposible por la vida.
En esas circunstancias, el avión gira bruscamente y la esperanza de un posible regreso a tierra alienta de nuevo los corazones. Pero fue ese el último sueño de todos porque otra explosión los aproximó más a la eternidad. La nave cae al mar devenido en gigantesca tumba que abre su garganta para tragarse en su inmensidad profunda y oscura el ataúd común de 73 personas en que se convirtió el DC-8 de Cubana de Aviación, vuelo CU-455 con destino final La Habana.
Todo eso ocurrió hace 40 años y nadie lo ha olvidado, nisiquiera los que nacieron después. El dolor y el llanto compartido entonces es el mismo de hoy. A la muerte los seres llegan a resignarse, pero a la muerte inútil e injusta jamás.
Los que murieron aquel 6 de octubre de 1976 y todos los cubanos y cubanas fallecidos a causa del terrorismo de estado son, como expresara José Martí: “El altar más honroso de la patria”. Ante ellos inclinamos nuestras frentes para rendirle homenaje, con la certeza de que más temprano que tarde la injusticia de tales crímenes temblará. Gloria eterna.
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