Santiago de Cuba, 30 sep.— Vienen, como Cheilianis, desde todas partes, alguna rara vez abandonaron la tranquilidad de casa, sin embargo desandan su juventud por los cafetales, se mueven entre los montes con sus risas; alguno que otro, sin dudas, siente nostalgia por su casa, sin embargo ahora traen toda esa energía a San Enrique, un campamento situado a unos ocho kilómetros de La Maya.
¿Qué hacen aquí?, ¿Por qué trabajar? Los
maestros dicen que siguen una máxima martiana: combinar estudio y
trabajo, y sin dudas eso hacen, reconozcamos algo. No todo el tiempo
ríen. No hay aquí glamur, se queda enredado en los caminos.
Estos muchachos se levantan a las 5:30 a.m, se lavan, toman el desayuno en un comedor rústico donde el olor del humo a veces se les enreda en el pelo y en el líquido que beben, un simulacro de leche al que llaman chorote. En dos horas se van a los cafetales y la vida es entonces tratar de llenar grano a grano una vieja lata de aceite, ellas y ellos llevan canastas o bolsos colgados a la cintura.
Cheilianis Díaz está en décimo grado y también recoge una lata de café diariamente, es del Reparto Militar en La Maya, y se dice contenta aunque lejos de los suyos.
No es larga, así se le dice al hecho de no llegar a recolectar más de una lata de café diaria, pero no faltó al llamado y hace alegre lo que le toca. En casa han quedado todas las comodidades, los padres que aseguran cada cosa, aquí tiene que levantarse bien temprano, dormir en una litera, beber en su jarro de aluminio, con su cuchara de aluminio, con su bandeja de aluminio, con esa circunstancia del metal por todas partes.
Hasta el reggaetón queda lejos, o aparece, a veces un teléfono chillón recuerda a Los Cuatro o una balada de moda, pero la verdad es que estos muchachos, como Cheilianis Díaz, se van a los campos, a recoger el café; se van de casa a eso, a trabajar, a combinar la etapa de estudio y el trabajo, aquí le vimos, a ella y a otros.
No falta la broma, aquella dijo: “Pioneros por el comunismo”. “Pero si esto es el pre”, dice una en la fila. “Seremos con el Che, responden”. Aunque alguna ría, el profesor llama a la cordura, pasa el acto.
Hablan de vacaciones, de que los norteamericanos quieren regalarles un viaje, han respondido con himnos, canciones y risas, luego bailan todos en un coro. Yo enciendo mi cámara, grabo. Me voy.
Ellos irán a los cafetales mañana mientras escribo a sabiendas de que estos muchachos llevarán las riendas del país cuando ya sea mi retiro, si va a ser con esa energía, con esas ganas de vivir, entonces serán buenos tiempos. Vamos a andar.
Estos muchachos se levantan a las 5:30 a.m, se lavan, toman el desayuno en un comedor rústico donde el olor del humo a veces se les enreda en el pelo y en el líquido que beben, un simulacro de leche al que llaman chorote. En dos horas se van a los cafetales y la vida es entonces tratar de llenar grano a grano una vieja lata de aceite, ellas y ellos llevan canastas o bolsos colgados a la cintura.
Cheilianis Díaz está en décimo grado y también recoge una lata de café diariamente, es del Reparto Militar en La Maya, y se dice contenta aunque lejos de los suyos.
No es larga, así se le dice al hecho de no llegar a recolectar más de una lata de café diaria, pero no faltó al llamado y hace alegre lo que le toca. En casa han quedado todas las comodidades, los padres que aseguran cada cosa, aquí tiene que levantarse bien temprano, dormir en una litera, beber en su jarro de aluminio, con su cuchara de aluminio, con su bandeja de aluminio, con esa circunstancia del metal por todas partes.
Hasta el reggaetón queda lejos, o aparece, a veces un teléfono chillón recuerda a Los Cuatro o una balada de moda, pero la verdad es que estos muchachos, como Cheilianis Díaz, se van a los campos, a recoger el café; se van de casa a eso, a trabajar, a combinar la etapa de estudio y el trabajo, aquí le vimos, a ella y a otros.
No falta la broma, aquella dijo: “Pioneros por el comunismo”. “Pero si esto es el pre”, dice una en la fila. “Seremos con el Che, responden”. Aunque alguna ría, el profesor llama a la cordura, pasa el acto.
Hablan de vacaciones, de que los norteamericanos quieren regalarles un viaje, han respondido con himnos, canciones y risas, luego bailan todos en un coro. Yo enciendo mi cámara, grabo. Me voy.
Ellos irán a los cafetales mañana mientras escribo a sabiendas de que estos muchachos llevarán las riendas del país cuando ya sea mi retiro, si va a ser con esa energía, con esas ganas de vivir, entonces serán buenos tiempos. Vamos a andar.
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