Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 1 mar.— Cuando en la mañana del primero de marzo de 1874 entraba en el muelle de la capitanía del puerto de Santiago de Cuba, procedente de Aserradero la goleta Santiago, nadie podía imagina que en su cubierta entre sacos de carbón, gallinas y puercos, los españoles habían colocado el cadáver glorioso de Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de la primera gesta independentista cubana.
Santiago de Cuba, 1 mar.— Cuando en la mañana del primero de marzo de 1874 entraba en el muelle de la capitanía del puerto de Santiago de Cuba, procedente de Aserradero la goleta Santiago, nadie podía imagina que en su cubierta entre sacos de carbón, gallinas y puercos, los españoles habían colocado el cadáver glorioso de Carlos Manuel de Céspedes, el iniciador de la primera gesta independentista cubana.
Dos días atrás, el 27 de febrero, el
Padre de la Patria había muerto en un enfrentamiento con tropas del
Batallón de San Quintín, en San Lorenzo, en el intrincado paraje del sur
de la Sierra Maestra, donde el insigne bayamés se refugió tras ser
depuesto como Presidente de la República en Armas.
Al ser desembarcado los restos mortales de Céspedes, fueron ubicados bajo una ceiba plantada frente al muelle, y más tarde llevados al Hospital Civil La Caridad, en la barriada del Tivolí, donde fue exhibido encima de una mesa rústica de pino, en la Casa de Intendencia aledaña a la institución hospitalaria.
Esa humillante forma de exhibir el cuerpo exánime el cuerpo del primer cubano en levantarse contra el régimen de España, fue descrita por Emilio Bacardí en sus Crónicas de la Ciudad señalando: “humillante capilla ardiente que le deparó su destino para hacerlo más grande a los ojos de los conciudadanos.
En horas de la tarde de ese mismo primero de marzo de 1874, en el carretón llamado La Lola el cadáver de Carlos Manuel de Céspedes fue trasladado al cementerio Santa Ifigenia, donde fue sepultado en una fosa común, en el patio G sin penas ni glorias, en presencia de unos pocos, entre ellos el cirujano santiaguero Acosta Mariño, así como el celador, dos sepultureros y el albañil del camposanto, quienes juramentaron cuidar y preservar los restos del Padre de la Patria.
Cinco años después, el 25 de marzo de 1879, de forma secreta, los restos del glorioso patriota fueron exhumados y guardados en un cofre trasladándolos al Patio B, el más antiguo de la necrópolis santiaguera, siendo depositados en una bóveda sin nombre y sin señas, para que no fueran descubiertos.
No fue hasta el 16 de octubre de 1898, ya finalizada la guerra, que esa bóveda fue identificada con una lápida de mármol donde donada por emigrados cubanos residentes en Jamaica, por iniciativa de Emilio Bacardí, siendo esta la primera vez en que se expuso públicamente el lugar donde estaba enterrado el Padre de la Patria.
En pleno período republicano el Gobierno Provincial de Oriente, aprobó la construcción de un monumento a Carlos Manuel de Céspedes en el cementerio Santa Ifigenia, donde el 7 de diciembre de 1910 fueron depositados definitivamente los restos de Carlos Manuel de Céspedes tras ser velado solemnemente en el Palacio Provincial, donde el pueblo le rindió el merecido homenaje al primer cubano que se irguió sobre el poder de España y nos enseñó a luchar por la independencia de la patria.
Al ser desembarcado los restos mortales de Céspedes, fueron ubicados bajo una ceiba plantada frente al muelle, y más tarde llevados al Hospital Civil La Caridad, en la barriada del Tivolí, donde fue exhibido encima de una mesa rústica de pino, en la Casa de Intendencia aledaña a la institución hospitalaria.
Esa humillante forma de exhibir el cuerpo exánime el cuerpo del primer cubano en levantarse contra el régimen de España, fue descrita por Emilio Bacardí en sus Crónicas de la Ciudad señalando: “humillante capilla ardiente que le deparó su destino para hacerlo más grande a los ojos de los conciudadanos.
En horas de la tarde de ese mismo primero de marzo de 1874, en el carretón llamado La Lola el cadáver de Carlos Manuel de Céspedes fue trasladado al cementerio Santa Ifigenia, donde fue sepultado en una fosa común, en el patio G sin penas ni glorias, en presencia de unos pocos, entre ellos el cirujano santiaguero Acosta Mariño, así como el celador, dos sepultureros y el albañil del camposanto, quienes juramentaron cuidar y preservar los restos del Padre de la Patria.
Cinco años después, el 25 de marzo de 1879, de forma secreta, los restos del glorioso patriota fueron exhumados y guardados en un cofre trasladándolos al Patio B, el más antiguo de la necrópolis santiaguera, siendo depositados en una bóveda sin nombre y sin señas, para que no fueran descubiertos.
No fue hasta el 16 de octubre de 1898, ya finalizada la guerra, que esa bóveda fue identificada con una lápida de mármol donde donada por emigrados cubanos residentes en Jamaica, por iniciativa de Emilio Bacardí, siendo esta la primera vez en que se expuso públicamente el lugar donde estaba enterrado el Padre de la Patria.
En pleno período republicano el Gobierno Provincial de Oriente, aprobó la construcción de un monumento a Carlos Manuel de Céspedes en el cementerio Santa Ifigenia, donde el 7 de diciembre de 1910 fueron depositados definitivamente los restos de Carlos Manuel de Céspedes tras ser velado solemnemente en el Palacio Provincial, donde el pueblo le rindió el merecido homenaje al primer cubano que se irguió sobre el poder de España y nos enseñó a luchar por la independencia de la patria.
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