Por Karina Sotomayor Otero
Santiago de Cuba, 8 ene.— Esta vez el esclavo ya no huye del amo, se inmortaliza y a la vez se apodera de los símbolos de rebeldía, resistencia y emancipación. Desde la majestuosidad que le brinda el bronce es también un culto a la hombría.
Santiago de Cuba, 8 ene.— Esta vez el esclavo ya no huye del amo, se inmortaliza y a la vez se apodera de los símbolos de rebeldía, resistencia y emancipación. Desde la majestuosidad que le brinda el bronce es también un culto a la hombría.
En el monumento al Cimarrón emplazado en
las inmediaciones de El Cobre comentó el investigador Carlos Lloga,
Investigador de la Casa del Caribe en esta ciudad: "Desde una primera
mirada, la obra de Alberto Lescay me da la impresión que es en su
plenitud masculina"
En la geografía citadina, bautizando la Plaza de la Revolución santiaguera está Antonio Maceo en pleno galope con ademanes de estratega. Sin dudas, la escultura ecuestre es también un canto a la masculinidad y a lo viril del cubano: "Cuando uno observa la obra de Lescay se da cuenta que es en sí una obra erecta que crece no hacia los costados sino hacia arriba, parece elevarse, trasciende", añade el también escritor y crítico de arte.
La factura de Lescay es estudiada una y otra vez, de hecho Carlos Lloga en su libro "Escultura, arquitectura y hombría en el discurso plástico de la Plaza Antonio Maceo", llama la atención sobre el hombrismo en ciertas esculturas del creador: "Este artista reproduce símbolos muy importantes como el cimarrón, el religioso, el mambí, el artista, todos son elementos humanos que parecen estar defendiendo algo desde su perspectiva", continúa dialogando Lloga.
Lo cierto es que en Santiago de Cuba existen imaginarios capaces de olvidar la fuerza de gravedad y quebrar esa energía que nos sujeta a la tierra. Está también el arte que invita a elevarse aún con la frialdad y fortaleza del bronce y se halla la creación que más allá de los símbolos e ideologías, traspasa la piel del Caribe para darle ese necesario festín a los espectadores.
En la geografía citadina, bautizando la Plaza de la Revolución santiaguera está Antonio Maceo en pleno galope con ademanes de estratega. Sin dudas, la escultura ecuestre es también un canto a la masculinidad y a lo viril del cubano: "Cuando uno observa la obra de Lescay se da cuenta que es en sí una obra erecta que crece no hacia los costados sino hacia arriba, parece elevarse, trasciende", añade el también escritor y crítico de arte.
La factura de Lescay es estudiada una y otra vez, de hecho Carlos Lloga en su libro "Escultura, arquitectura y hombría en el discurso plástico de la Plaza Antonio Maceo", llama la atención sobre el hombrismo en ciertas esculturas del creador: "Este artista reproduce símbolos muy importantes como el cimarrón, el religioso, el mambí, el artista, todos son elementos humanos que parecen estar defendiendo algo desde su perspectiva", continúa dialogando Lloga.
Lo cierto es que en Santiago de Cuba existen imaginarios capaces de olvidar la fuerza de gravedad y quebrar esa energía que nos sujeta a la tierra. Está también el arte que invita a elevarse aún con la frialdad y fortaleza del bronce y se halla la creación que más allá de los símbolos e ideologías, traspasa la piel del Caribe para darle ese necesario festín a los espectadores.
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