El 5 de agosto de1977, hace hoy 35 años, casi acabado de cumplir los 78
años de edad, Doña Rosario García cerró sus ojos para siempre y se fue a
descansar eternamente junto a su esposo Agustín País y sus dos hijos,
Frank y Josué, en una tumba que permanentemente está llena de flores,
escoltada por la Bandera de la Patria y por la del Movimiento 26 de
Julio, como testimonio cierto de que "morir por la patria es vivir".
Doña
Rosario García, la madre de los hermanos País, era de origen español
pero ello no le impidió amar a Cuba e inculcar en sus tres hijos: Frank,
Agustín y Josué, el más puro de los sentimientos, la libertad de su
patria, además de enseñarles a ser disciplinados, responsables, leales,
dignos y valientes, entre otras virtudes, a pesar de ser una familia
humilde.
Por eso no era de extrañar para Doña Rosario que sus
tres hijos y sobre todo Frank, estuviera entre los jóvenes que a partir
del golpe de estado de Fulgencio Batista, en marzo de 1952, se le
opusieran y se incorporaran de diversas formas a la lucha contra el
régimen dictatorial.
Calladamente, doliéndole en lo más profundo
del alma, Doña Rosario se percataba del peligro que corrían sus
muchachos, pero a ninguno trató de desalentarlo y cuando más, los
exhortaba a cuidarse mucho y no arriesgar la vida inútilmente.
En
1957, con solo un mes de diferencia la muerte le arrebató a dos de sus
más preciados tesoros: Josué País que con 17 años cayó combatiendo el 30
de junio y Frank País, asesinado en una calle santiaguera el 30 de
julio, cuando estaba todavía por cumplir los 23 años de edad.
Ella
misma se puso al frente de arrebatarle a la dictadura los cadáveres de
sus hijos y los llevó a reposar. Tan solo eso, porque como muertos,
siguieron viviendo y luchando hasta la victoria final acompañados de su
gloriosa madre.
Y desde el primero de enero de 1959, Doña Rosario
vio renacer a sus hijos Frank y Josué, en los niños, en los
adolescentes, en los jóvenes y en los millones de corazones que desde
entonces la acompañaron, no con dolor y pesar, sino con la alegría
infinita de contemplar día a día la obra de Josué y de Frank en la
Patria nueva forjada por la Revolución, por la cual ofrendaron sus vidas
aún en flor.
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