Por Claudia González Catalán
Santiago de Cuba, 27 feb.— La independencia de Cuba quizás hubiera sido posible sin el liderazgo de Carlos Manuel de Céspedes, pero ya nadie es capaz de imaginarlo.
¿Cómo hubiera comenzado la Guerra de los Diez años sin la alborada libertadora en Demajagua? A Céspedes se le intuye como el libertador determinado y comprometido.
Su imagen de padre se impone como un manto sobre los cubanos, que recordamos la inmolación de Oscar con el decoro de quien se sabe heredero.
El prosista excepcional, doctorado en leyes, educado en Francia, puso todo su patrimonio al servicio de la Patria elegida.
Cuba y él se han pertenecido mutuamente por más de 150 años. El Presidente primero de una tierra que se descubrió como República en las entrañas insurrectas.
Aunque la Revolución gestada lo destituyó apenas cinco años después, desterrado en su propia tierra, Céspedes no declinó su hidalguía, ni su ideal de civilidad.
El diario de campaña, redescubierto, ha puesto a debate su pensamiento y vindica al humano vulnerable, solitario, prisionero por sus propios compatriotas.
Hasta San Lorenzo, en el corazón de la Sierra Maestra, lo persiguió la fatalidad. En 34 días de aislamiento se gestó su muerte, pero no se definió su trascendencia.
Con toda solemnidad, Cuba conmemora cada 27 de febrero la sobrevida de aquel hombre primero en tantas cosas, Céspedes, el Redentor.
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