Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 30 oct.— Uno de los más humildes, valientes y audaces combatientes de las tres guerras independentistas cubanas, José Quintín Bandera Betancourt, nació en Santiago de Cuba el 30 de octubre de 1834, hace hoy 184 años.
Por su condición de negro y pobre no pudo Quintín tener una infancia feliz y apenas pudo ir a la escuela, porque tuvo que dedicarse a los duros oficios de carbonero, albañil, y hasta marinero de un barco español, donde en condiciones de esclavitud laboró de ayudante, grumete y fogonero del mismo.
De regreso a Santiago de Cuba, en la barriada de Los Hoyos Bandera se relacionó con hombres de la talla de los hermanos Antonio y José Maceo, Guillermón Moncada, Flor Crombet y otros que después serían sus compañeros en la primera guerra de independencia a la cual se incorporó en diciembre de 1868, junto con su esposa Francisca Zayas con la que tuvo cinco hijos y todos pequeños murieron en la manigua.
José Quintín combatió junto a prestigiosos jefes como Donato Mármol, Flor Crombet, Calixto García y su compadre Antonio Maceo Grajales, a quien acompañó en la Protesta de Baraguá, de lo cual se sentía sumamente orgulloso.
En agosto de 1879 Quintín está entre los que volvieron a la manigua en la guerra chiquita. Al fracasar este movimiento fue hecho prisionero y cumplió largos años de cárcel, y al salir, se dedicó nuevamente al oficio de albañil, aunque nunca dejó de conspirar contra España.
Tras el estallido revolucionario del 24 de febrero de 1895, con más de 60 años de edad y con el grado de General de División, Quintín vuelve a los campos insurrectos y realiza junto al Titán de Bronce la invasión de Oriente a Occidente como jefe de la infantería que recorrió a pie más de MIL 200 kilómetros.
Terminada la gesta independentista Bandera vio traicionado los ideales de Martí y Maceo por el presidente electo de la República, Tomás Estrada Palma, participando en una asonada contra él en 1906, suficiente para que el mandatario ordenara su muerte a un grupo de matones a su servicio que la ejecutaron el 23 de agosto de ese año. Su cadáver presentaba varios disparos y machetazos para argumentar que había muerto en combate.
Su cuerpo fue mostrado como un trofeo de guerra y trasladado al cementerio de Colón en una carreta, siendo sepultado en un modesto panteón con otro nombre para preservarlo. Tenía entonces 72 años de edad. Hoy 184 años después de su natalicio la patria lo honra como lo que fue, un valiente soldado de la revolución cubana.
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