Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 5 abr.— La muerte del Mayor General Guillermo Moncada Veranes el 5 de abril de 1895 fue un duro golpe para la Revolución cubana y la causa independentista que perdían a unos de sus más capaces jefes militares y la patria a uno de sus más valiosos hijos.
Guillermón, como se le conocía, nació el 25 de junio de 1841, en la humilde barriada de Los Hoyos, en Santiago de Cuba. Con 27 años se incorporó a la gesta independentista liderada por Carlos Manuel de Céspedes a los pocos días del Grito de Yara, y un mes después recibió su primer ascenso por su valentía y combatividad, designándosele como segundo jefe de una tropa, bajo el mando del Mayor General Donato Mármol.
Este coloso de ébano, como era también llamado, combatió además a la orden de Máximo Gómez, que aunque parco en elogios dijo de él: “Este Guillermón vale mucho, además de muy valiente tiene dotes de mando y gran habilidad estratégica. Si no lo matan, llegará muy lejos”. Posteriormente, se integró a las tropas del General Antonio Maceo con la cual libró medio centenar de combates contra el enemigo.
Al producirse el Pacto del Zanjón, Guillermón, que era entonces Coronel, estuvo junto al Titán de Bronce en la Protesta de Baraguá. Al reiniciarse la gesta es ascendido al grado de General de Brigada y nombrado jefe del Departamento de Guantánamo, manteniéndose en la lucha hasta el 10 de junio de 1878, pero poco más de un año después volvió a la manigua al estallar en agosto de 1879 la guerra chiquita.
Al fracasar este nuevo intento independentista es apresado y enviado a una prisión española en África, donde contrajo la enfermedad de la tuberculosis.
Al regresar a Cuba a finales de 1893 es apresado nuevamente e internado en la cárcel del Cuartel Reina Mercedes de Santiago de Cuba, que hoy lleva su nombre, agravándosele la enfermedad que padecía. Fue liberado bajo fianza con fondos recaudados por el propio José Martí que lo había designado Jefe del Departamento Oriental en la nueva guerra que estalló en Cuba a partir del 14 de febrero de 1895, con la misión de mantener viva la llama de la guerra hasta la llegada del Mayor General Antonio Maceo, del propio Apóstol y de Máximo Gómez entre el primero y el 11 de abril de ese año.
Sin embargo, sabiéndose ya próximo a la muerte por la terrible tuberculosis, Guillermón entregó el mando de las fuerzas que dirigía al Mayor General Bartolomé Masó. De esa manera tan digna falleció este coloso de ébano el 5 de abril de 1895, en el campamento de Joturito, en Alto Songo.
Guillermón expiró en brazos de su ayudante, el Capitán Rafael Portuondo Tamayo, que al observar la conmoción de la tropa expresó: “Los hombres como el General Moncada no se lloran, se imitan”, así lo recordamos hoy en el aniversario 123 de su muerte, tan gloriosa como la de los caídos en combate.
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