Santiago de Cuba, 27 nov.— En el atardecer del 27 de noviembre de 1871 los ocho estudiantes de medicina cubanos condenados a muerte por un Consejo de Guerra de los colonialistas españoles, fueron conducidos a la Explanada de La Punta, en el litoral habanero, donde serían fusilados.
Aquellos muchachos entre 16 y 21 años,
fueron acusados de algo que no pudo ser comprobado durante el proceso
que se les siguió: la profanación de los sepulcros de varios personeros
del régimen español en el Cementerio de Espada. Por ese supuesto hecho
fueron llevados a prisión y juzgados 45 de los 60 alumnos del primer año
de medicina que el 23 de noviembre de 1871 realizarían una clase en el
Anfiteatro Anatómico de San Dionisio, aledaño al cementerio.
Al demorarse la clase los jóvenes se pusieron a jugar entre ellos; algunos lo hicieron con el carro de trasladar los cadáveres a la sala de disección. El más joven arrancó una flor.
No pudo demostrarse durante el proceso judicial, que los estudiantes habían profanado la tumba del periodista Gonzalo Castañón, fanático defensor del colonialismo. En un primer Consejo de Guerra, las penas no fueron tan drásticas, pero los voluntarios habaneros exigían sangre y se procedió a un segundo juicio.
El fallo fue injusto. Fueron condenados a muerte los cuatro que jugaron con el carro, el que arrancó la flor, y tres que macabramente escogieron al azar entre los restantes, incluido uno que el día de los hechos estaba fuera de La Habana. Los restantes jóvenes fueron condenados: once a seis años de prisión; 20 a cuatro años; cuatro a seis meses de cárcel, y sólo dos fueron puestos en libertad.
Lo esencial del asunto es que los jóvenes no debieron ser merecedores de la pena capital porque no hicieron nada para ello, lo cual fue demostrado durante el proceso. Ellos no eran ciudadanos imparciales, sino cubanos que vivían en una isla inmersa en una guerra libertaria.
Bajo el sol ya tenue de las cuatro de la tarde del 27 de noviembre de 1871, comenzó el fusilamiento de los muchachos en la explanada de La Punta. De dos en dos, de espaldas y de rodillas fueron asesinados, porque otro calificativo no mereció aquel crimen que, a decir de Martí: “expresó el alma rencorosa y cruel de España en América”
146 años después la Patria los tiene entre sus mártires en el largo camino de su independencia. A ellos gloria eterna.
Al demorarse la clase los jóvenes se pusieron a jugar entre ellos; algunos lo hicieron con el carro de trasladar los cadáveres a la sala de disección. El más joven arrancó una flor.
No pudo demostrarse durante el proceso judicial, que los estudiantes habían profanado la tumba del periodista Gonzalo Castañón, fanático defensor del colonialismo. En un primer Consejo de Guerra, las penas no fueron tan drásticas, pero los voluntarios habaneros exigían sangre y se procedió a un segundo juicio.
El fallo fue injusto. Fueron condenados a muerte los cuatro que jugaron con el carro, el que arrancó la flor, y tres que macabramente escogieron al azar entre los restantes, incluido uno que el día de los hechos estaba fuera de La Habana. Los restantes jóvenes fueron condenados: once a seis años de prisión; 20 a cuatro años; cuatro a seis meses de cárcel, y sólo dos fueron puestos en libertad.
Lo esencial del asunto es que los jóvenes no debieron ser merecedores de la pena capital porque no hicieron nada para ello, lo cual fue demostrado durante el proceso. Ellos no eran ciudadanos imparciales, sino cubanos que vivían en una isla inmersa en una guerra libertaria.
Bajo el sol ya tenue de las cuatro de la tarde del 27 de noviembre de 1871, comenzó el fusilamiento de los muchachos en la explanada de La Punta. De dos en dos, de espaldas y de rodillas fueron asesinados, porque otro calificativo no mereció aquel crimen que, a decir de Martí: “expresó el alma rencorosa y cruel de España en América”
146 años después la Patria los tiene entre sus mártires en el largo camino de su independencia. A ellos gloria eterna.
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