Santiago de Cuba, 5 jul.— José Martí lo llamó “Dios de la Guerra”. Máximo Gómez dijo de él: “Pocos cubanos he conocido más libre, más trabajador y más valiente; y más resuelto, ninguno”.
Así era José Marcelino Maceo Grajales,
el tercero de los hermanos de esa gloriosa familia santiaguera y que el 5
de julio de 1896 en un combate en Loma del Gato, antigua provincia de
Oriente, rindió sus armas ante quien solo pudo hacerlo: la muerte.
José Maceo se había incorporado a la lucha por la independencia cubana en 1868 con tan sólo 19 años y dedicó 28 de los 47 que vivió a esa causa. En las maniguas orientales, en los campos y en las montañas, en los poblados y caseríos, por donde quiera que el machete redentor cargara contra el enemigo español allí estaba el brazo fuerte, el valor y el coraje de quien justamente fuera llamado el León de Oriente.
José Maceo fue un héroe de las tres guerras, libró centenares de combates gloriosos. Diez veces regó con su sangre la tierra de la patria y jamás disminuyó ni siquiera un ápice su voluntad y patriotismo.
El destierro, la prisión, la persecución, el exilio, la guerra y el infortunio, en fin, le habían educado admirablemente y de ahí que hubiese aprendido a conocer y apreciar a los hombres, no por el traje ni las palabras, ni por las formas, sino por sus hechos.
Según Máximo Gómez, José Maceo “era de un carácter insugestionable. No pedía nada y mucho menos cabía la queja en su grandeza y abnegación, pero no permitía tampoco que se le cohibieran sus derechos y sus facultades porque entonces se sentía sublevado”
En los días anteriores a su muerte, enfrentaba una crisis con el Gobierno Civil al cual le había solicitado su renuncia como Jefe del Departamento Oriental por tildarlo de indisciplinado y racista.
El 5 de julio de 1896 sobre las once de la mañana en un combate contra dos columnas españolas en Loma del Gato, cayó José mortalmente herido de un balazo en el cráneo y otro en el pecho. A las 3 y 20 de la tarde de ese día murió. Cayó el hombre. La guerra es así, pero su ejemplo siguió en el combate hasta hoy, 121 años después cuando la Patria lo recuerda como uno de sus más grandes hijos.
José Maceo se había incorporado a la lucha por la independencia cubana en 1868 con tan sólo 19 años y dedicó 28 de los 47 que vivió a esa causa. En las maniguas orientales, en los campos y en las montañas, en los poblados y caseríos, por donde quiera que el machete redentor cargara contra el enemigo español allí estaba el brazo fuerte, el valor y el coraje de quien justamente fuera llamado el León de Oriente.
José Maceo fue un héroe de las tres guerras, libró centenares de combates gloriosos. Diez veces regó con su sangre la tierra de la patria y jamás disminuyó ni siquiera un ápice su voluntad y patriotismo.
El destierro, la prisión, la persecución, el exilio, la guerra y el infortunio, en fin, le habían educado admirablemente y de ahí que hubiese aprendido a conocer y apreciar a los hombres, no por el traje ni las palabras, ni por las formas, sino por sus hechos.
Según Máximo Gómez, José Maceo “era de un carácter insugestionable. No pedía nada y mucho menos cabía la queja en su grandeza y abnegación, pero no permitía tampoco que se le cohibieran sus derechos y sus facultades porque entonces se sentía sublevado”
En los días anteriores a su muerte, enfrentaba una crisis con el Gobierno Civil al cual le había solicitado su renuncia como Jefe del Departamento Oriental por tildarlo de indisciplinado y racista.
El 5 de julio de 1896 sobre las once de la mañana en un combate contra dos columnas españolas en Loma del Gato, cayó José mortalmente herido de un balazo en el cráneo y otro en el pecho. A las 3 y 20 de la tarde de ese día murió. Cayó el hombre. La guerra es así, pero su ejemplo siguió en el combate hasta hoy, 121 años después cuando la Patria lo recuerda como uno de sus más grandes hijos.
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