Santiago de Cuba, 14 sep.— La provincia de Santiago de Cuba es uno de los territorios que presenta altos índices en la población adulto mayor del país, sin embargo se hace notable el incremento de una mejor calidad de vida en ancianos no vinculados a casas de abuelos.
María Esther es una de esas mujeres que
poseen un don especial, tal vez en la dulzura de su voz, en las
reflexiones de la vida o más bien en la manera que busca sacarle al
tiempo la mejor sonrisa. Noventa y seis amaneceres han dejado sus
rastros en la memoria de esta señora que hoy comparte sus recuerdos con
resignación, y sobretodo…fe.
Sus canas conocen los secretos del campo, de amor, de penas pero también de orgullo y regocijo de los Dieciocho frutos de su vientre, quienes comparten con ella, algunos desde los kilómetros de distancia, el respeto y agradecimiento por tantos años de desvelo y esfuerzo.
Hoy María Esther recuerda con tristeza en sus ojos, las angustias de madre ante la ausencia de siete de sus once hijos varones, en misiones internacionalistas.
Por suerte la vida fue buena con ella. Terminada la guerra de Liberación del hermano país de Angola, los hijos de Esther rememoran junto a ella sus días allí.
“Siempre tenía el interés por saber cómo estaban mis hijos. Pasé noches desvelada, días de angustia, pero Dios me los trajo de regreso. A uno de mis hijos menores Jorge, me lo trajeron casi muerto, me enteré ya cuando estaba recuperándose en el hospital. Así es la vida, he pasado una lucha yo solita con mis 18 hijos, pero me quedan algunos"
Las horas se escapan entre los quehaceres de María Esther y su plática diáfana nos envuelve en un ambiente emociones muy latentes en su manera de expresarse.
“Desde muy joven trabajé en el campo con mi esposo, el padre de mis 18 hijos. Nosotros sembrábamos plátano, malanga, frutas; y siempre tratamos de inculcarle a nuestros hijos ese mismo amor por la tierra -una risa se le escapa a María Esther, que recuerda esos tiempos con mucho cariño-.
Según ella el secreto para mantenerse activa es: “Yo llevo mi vida con calma, lo mío es mi máquina de coser, darle de comer a mis pollos y mis plantas. Todos los días me levanto temprano y riego mis planticas, converso con ellas, porque me gusta y me siento útil. Ya a mis años hay que mantenerse haciendo algo”.
El momento de los agradecimientos de María Esther Pérez fue extenso, pero no faltó oportunidad para decirle a la vida y la Revolución unas palabras: “Tengo que agradecerle todo. A la vida, le agradezco por mis años, las experiencias vividas en mis 96, por mi familia, por todo; y a la Revolución -un suspiro de consuelo- le agradezco que mis hijos, mis nietos hoy tengan una escuela y un trabajo. En mis tiempos, los jóvenes pasábamos muchas necesidades y no era como ahora mírame a mí, una vieja ya, y si me enfermo sé que puedo ir a cualquier hospital y seré atendida. Hay mija cómo no voy a agradecer?".
María Esther es una de esas mujeres que dejan para la juventud la sabiduría y la experiencia. Su precisión en cada palabra y gesto muestran a un alma de perfil sensible pero con una voluntad encomiable.
Como ella existen muchas santiagueras que contagian de vida a quienes se les aproximan, con la inquietud de los años jóvenes.
Sus canas conocen los secretos del campo, de amor, de penas pero también de orgullo y regocijo de los Dieciocho frutos de su vientre, quienes comparten con ella, algunos desde los kilómetros de distancia, el respeto y agradecimiento por tantos años de desvelo y esfuerzo.
Hoy María Esther recuerda con tristeza en sus ojos, las angustias de madre ante la ausencia de siete de sus once hijos varones, en misiones internacionalistas.
Por suerte la vida fue buena con ella. Terminada la guerra de Liberación del hermano país de Angola, los hijos de Esther rememoran junto a ella sus días allí.
“Siempre tenía el interés por saber cómo estaban mis hijos. Pasé noches desvelada, días de angustia, pero Dios me los trajo de regreso. A uno de mis hijos menores Jorge, me lo trajeron casi muerto, me enteré ya cuando estaba recuperándose en el hospital. Así es la vida, he pasado una lucha yo solita con mis 18 hijos, pero me quedan algunos"
Las horas se escapan entre los quehaceres de María Esther y su plática diáfana nos envuelve en un ambiente emociones muy latentes en su manera de expresarse.
“Desde muy joven trabajé en el campo con mi esposo, el padre de mis 18 hijos. Nosotros sembrábamos plátano, malanga, frutas; y siempre tratamos de inculcarle a nuestros hijos ese mismo amor por la tierra -una risa se le escapa a María Esther, que recuerda esos tiempos con mucho cariño-.
Según ella el secreto para mantenerse activa es: “Yo llevo mi vida con calma, lo mío es mi máquina de coser, darle de comer a mis pollos y mis plantas. Todos los días me levanto temprano y riego mis planticas, converso con ellas, porque me gusta y me siento útil. Ya a mis años hay que mantenerse haciendo algo”.
El momento de los agradecimientos de María Esther Pérez fue extenso, pero no faltó oportunidad para decirle a la vida y la Revolución unas palabras: “Tengo que agradecerle todo. A la vida, le agradezco por mis años, las experiencias vividas en mis 96, por mi familia, por todo; y a la Revolución -un suspiro de consuelo- le agradezco que mis hijos, mis nietos hoy tengan una escuela y un trabajo. En mis tiempos, los jóvenes pasábamos muchas necesidades y no era como ahora mírame a mí, una vieja ya, y si me enfermo sé que puedo ir a cualquier hospital y seré atendida. Hay mija cómo no voy a agradecer?".
María Esther es una de esas mujeres que dejan para la juventud la sabiduría y la experiencia. Su precisión en cada palabra y gesto muestran a un alma de perfil sensible pero con una voluntad encomiable.
Como ella existen muchas santiagueras que contagian de vida a quienes se les aproximan, con la inquietud de los años jóvenes.
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