Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 31 mar.— “Al volver de distantes riveras / con el alma enlutada y sombría, / afanoso busqué mi bandera / y otra he visto además de la mía”.
Santiago de Cuba, 31 mar.— “Al volver de distantes riveras / con el alma enlutada y sombría, / afanoso busqué mi bandera / y otra he visto además de la mía”.
Así inició el poeta matancero Bonifacio
Byrne su patriótico poema dedicado a nuestra enseña nacional, cuando al
regresar a la isla en marzo de 1899 tras un largo destierro, vio en el
Castillo del Morro a la entrada de la bahía de La Habana, ondear junto a
la bandera cubana la de Estados Unidos.
Amargo momento ese para Byrne y todos los cubanos, porque esa bandera norteamericana representaba entonces, la intervención yanqui a nuestro país arrebatándole a los gloriosos mambises la victoria que merecían contra España, después de 30 años de lucha al costo de miles de generosas vidas, que sólo querían para su pequeña islita caribeña la independencia y que la bandera tricolor de la estrella solitaria, ondeara libre y soberana en el pabellón de la patria.
Dos años duró esa intervención. Dos años fuimos obligados los cubanos a inclinar la frente ante la bandera de las barras y las estrellas estadounidense, si no queríamos que nuestra isla pasara a ser una más de esas estrellas, como en no pocas ocasiones aspiraron los gobernantes de Washington.
Al instaurarse la República de Cuba en mayo de 1902 parecía que al fin la bandera tricolor ondearía libre y soberana. Pero nada de eso, al lado de la nuestra siguió ondeando omnipresente la enseña norteamericana, representada a partir de ese momento por la humillante Enmienda Platt, que mantuvo la intervención en la isla solo que sin soldados y gobernadores.
Al abolirse la Enmienda Platt en 1934 tampoco la bandera cubana pudo flotar libre en los pabellones de la patria, porque ya esta había sido carcomida hasta la médula por los intereses norteamericanos que encontraron en malos cubanos, políticos corruptos hasta el alma, que se postraban ante los amos imperiales para garantizarle sin su presencia la propiedad de la isla.
Sin embargo, miles de cubanos buenos como Mella, Villena, Guiteras y Jesús Menéndez, entre tantos, mantuvieron en alto las aspiraciones de ver nuestra bandera ondear libre y soberana, siguiendo el ejemplo legado por patriotas como Martí, Gómez y los hermanos Antonio y José Maceo, entre tantos iniciadores de tan noble propósito.
El primero de enero de 1959, de la más alta cumbre de la patria, el Pico Turquino, bajó la libertad vestida con la bandera de las tres franjas azules, dos listas blancas y la estrella de plata, desterrando para siempre de su lado la enseña norteamericana de las barras y las estrellas y las aspiraciones de los gobernantes de anexarse la islita, que muchos con amor llaman la Perla del Caribe.
Entre los días 20 y 22 de marzo último, en ocasión de la visita a Cuba del presidente norteamericano Barack Obama, vimos otra vez junto a la bandera cubana la de Estados Unidos, en esta ocasión representando el renacer de las relaciones entre los dos países sobre la base de la igualdad y el respeto mutuo.
No podía ser de otra forma, aunque jamás los cubanos olvidaremos todo lo que en el pasado representó la bandera norteamericana, la de los gobernantes imperiales, y no la del pueblo noble y amigo de los Estados Unidos. A estos últimos les estrechamos la mano. A los primeros les recordamos lo que dice la última estrofa del patriótico poema del matancero Bonifacio Byrne con el cual iniciamos este comentario: “Si desecha en menudos pedazos, / se llega a ver mi bandera algún día, / nuestros muertos alzando los brazos / la sabrán defender todavía”.
Amargo momento ese para Byrne y todos los cubanos, porque esa bandera norteamericana representaba entonces, la intervención yanqui a nuestro país arrebatándole a los gloriosos mambises la victoria que merecían contra España, después de 30 años de lucha al costo de miles de generosas vidas, que sólo querían para su pequeña islita caribeña la independencia y que la bandera tricolor de la estrella solitaria, ondeara libre y soberana en el pabellón de la patria.
Dos años duró esa intervención. Dos años fuimos obligados los cubanos a inclinar la frente ante la bandera de las barras y las estrellas estadounidense, si no queríamos que nuestra isla pasara a ser una más de esas estrellas, como en no pocas ocasiones aspiraron los gobernantes de Washington.
Al instaurarse la República de Cuba en mayo de 1902 parecía que al fin la bandera tricolor ondearía libre y soberana. Pero nada de eso, al lado de la nuestra siguió ondeando omnipresente la enseña norteamericana, representada a partir de ese momento por la humillante Enmienda Platt, que mantuvo la intervención en la isla solo que sin soldados y gobernadores.
Al abolirse la Enmienda Platt en 1934 tampoco la bandera cubana pudo flotar libre en los pabellones de la patria, porque ya esta había sido carcomida hasta la médula por los intereses norteamericanos que encontraron en malos cubanos, políticos corruptos hasta el alma, que se postraban ante los amos imperiales para garantizarle sin su presencia la propiedad de la isla.
Sin embargo, miles de cubanos buenos como Mella, Villena, Guiteras y Jesús Menéndez, entre tantos, mantuvieron en alto las aspiraciones de ver nuestra bandera ondear libre y soberana, siguiendo el ejemplo legado por patriotas como Martí, Gómez y los hermanos Antonio y José Maceo, entre tantos iniciadores de tan noble propósito.
El primero de enero de 1959, de la más alta cumbre de la patria, el Pico Turquino, bajó la libertad vestida con la bandera de las tres franjas azules, dos listas blancas y la estrella de plata, desterrando para siempre de su lado la enseña norteamericana de las barras y las estrellas y las aspiraciones de los gobernantes de anexarse la islita, que muchos con amor llaman la Perla del Caribe.
Entre los días 20 y 22 de marzo último, en ocasión de la visita a Cuba del presidente norteamericano Barack Obama, vimos otra vez junto a la bandera cubana la de Estados Unidos, en esta ocasión representando el renacer de las relaciones entre los dos países sobre la base de la igualdad y el respeto mutuo.
No podía ser de otra forma, aunque jamás los cubanos olvidaremos todo lo que en el pasado representó la bandera norteamericana, la de los gobernantes imperiales, y no la del pueblo noble y amigo de los Estados Unidos. A estos últimos les estrechamos la mano. A los primeros les recordamos lo que dice la última estrofa del patriótico poema del matancero Bonifacio Byrne con el cual iniciamos este comentario: “Si desecha en menudos pedazos, / se llega a ver mi bandera algún día, / nuestros muertos alzando los brazos / la sabrán defender todavía”.
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