Por Claudia González Catalán
Las flores crecen magníficas y desafiantes en lo más alto de la Loma La Esperanza, donde tiene su escenario para el combate definitivo Juan Almeida Bosque, al arrullo de sus propios poemas sinfónicos.
Las flores crecen magníficas y desafiantes en lo más alto de la Loma La Esperanza, donde tiene su escenario para el combate definitivo Juan Almeida Bosque, al arrullo de sus propios poemas sinfónicos.
Rosas
que se multiplican hoy, cuando se cumplen 89 años del nacimiento de
este hombre de una estirpe titánica. Este Almeida es un pichón de Maceo,
así lo calificó Raúl Castro cuando se despidieron en 1958 para formar
sus frentes de lucha.
Hasta el mausoleo, donde reposan sus restos, llegó el sentido homenaje del pueblo de Cuba en una ofrenda. Pioneros, combatientes y las autoridades del III Frente Oriental rindieron tributo solemne al eterno Comandante de la Revolución.
Cuentan que se mezclaba con el combatiente, con el obrero, con el artista, en cualquier sitio; que se le vio en algún momento intercambiar gustoso su asiento de diputado por la silla de algún limpiabotas porque empuñaba la sencillez como un arma; que su llamado a trabajar más, tenía como condición el hacerlo también con más amor, que siempre mantuvo el aliento y esencia populares, porque él era el pueblo.
Una frase se hace eco en estas montañas irredentas para enseñar a las nuevas generaciones, quizás con igual vehemencia, que nadie puede rendirse cuando el guerrillero Juan Almeida, hombre bueno, nacido negro y pobre en la Cuba privada del año 1927, no lo hizo.
Revolucionario de acción fundadora, artista apasionado, hombre enamorado de pecho abierto y sonrisa encendida… Hoy se cuentan tantas anécdotas suyas de la guerra y el amor, que nos devuelven su seguridad en el triunfo, su fidelidad perenne.
Hasta el mausoleo, donde reposan sus restos, llegó el sentido homenaje del pueblo de Cuba en una ofrenda. Pioneros, combatientes y las autoridades del III Frente Oriental rindieron tributo solemne al eterno Comandante de la Revolución.
Cuentan que se mezclaba con el combatiente, con el obrero, con el artista, en cualquier sitio; que se le vio en algún momento intercambiar gustoso su asiento de diputado por la silla de algún limpiabotas porque empuñaba la sencillez como un arma; que su llamado a trabajar más, tenía como condición el hacerlo también con más amor, que siempre mantuvo el aliento y esencia populares, porque él era el pueblo.
Una frase se hace eco en estas montañas irredentas para enseñar a las nuevas generaciones, quizás con igual vehemencia, que nadie puede rendirse cuando el guerrillero Juan Almeida, hombre bueno, nacido negro y pobre en la Cuba privada del año 1927, no lo hizo.
Revolucionario de acción fundadora, artista apasionado, hombre enamorado de pecho abierto y sonrisa encendida… Hoy se cuentan tantas anécdotas suyas de la guerra y el amor, que nos devuelven su seguridad en el triunfo, su fidelidad perenne.
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