Santiago de Cuba, 2 may.— Es el Castillo del Morro de Santiago de Cuba, una de esas reliquias con más de una vivencia amurallada entre sus laberintos. Sus leyendas coloniales de corsarios y piratas la ubican, junto a los Tres Reyes de la Habana y a San Felipe de Puerto Rico, entre las fortificaciones más emblemáticas del Caribe. El espesor de sus muros medievales, la hermeticidad de sus galerías abovedadas y su fachada renacentista la confirman además como una joya de la arquitectura militar en Hispanoamérica.
El mamier o tambor madre, el bulá, la tambora, los chachas, entretejen un antiguo ceremonial que define nuestra identidad. Estos toques confirman la indiscutible presencia de esta cultura en Iberoamérica.
Pero tal chispazo de identidad tiene legítima expresión a 26 kilómetros de este emplazamiento citadino. Justo en el corazón de la Sierra Maestra, a mil 119 metros sobre el nivel del mar habita uno de los paisajes arqueológicos más increíbles del continente.
Esta huella arquitectónica es monumento de la ingeniería hidráulica y vial, además es un aporte de la arquitectura doméstica y funeraria y los sistemas productivos, que denota el aprovechamiento de espacios y topografía de montaña.
Es La Isabelica la representación museística más alegórica de los cafetales franceses en Cuba y este sonido de tumba un aderezzo indispensable que define hoy nuestra musicalidad.
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