Texto y Fotos Ivianna Rodríguez Santana
Santiago de Cuba, 4 abr.— Calles sin basura, ni escombros; personas que siempre respetan el orden de una cola y se rigen por leyes del tránsito, balcones desde donde lanzan buenos modales y no desperdicios, música solo para el disfrute privado… Tal parece un sueño o la descripción de un panorama ilusorio, cuando puede ser una realidad alcanzable por cada santiaguero.
Santiago de Cuba, 4 abr.— Calles sin basura, ni escombros; personas que siempre respetan el orden de una cola y se rigen por leyes del tránsito, balcones desde donde lanzan buenos modales y no desperdicios, música solo para el disfrute privado… Tal parece un sueño o la descripción de un panorama ilusorio, cuando puede ser una realidad alcanzable por cada santiaguero.
Lamentablemente la indisciplina, el
desorden y la falta de conciencia crítica, son escenas recurrentes que
persisten en nuestra cotidianidad, donde la tolerancia social y la
equivocada noción de normalidad le dan amparo.
¿A cuántos el asombro nos ha volteado el rostro cuando alguien echa basura en un cesto y no en el medio de la calle? Lo que debería pasar como algo natural de repente se llama asombro.
¿Cuántas veces somos testigos del que lanza una lata vacía hacia cualquier destino o golpea un teléfono público? Y es que al final nos consolamos con que "todo es de todos", ¿o de nadie?, y quizás mañana "alguien" reponga el teléfono, o recoja la basura, sin percatarnos que nosotros mismos formamos parte de la responsabilidad.
Con qué naturalidad un vecino le pone banda sonora a nuestros días y noches, mientras la vulgaridad se vuelve melodía, traspasa paredes, y se cuela en ese espacio inviolable que creímos era nuestra casa.
¿Culpables? En primer lugar la familia, aunque, sin lugar a dudas esta responsabilidad trasciende los muros de casa.
Muchas veces las instituciones no cumplen con su responsabilidad, o simplemente no establecen la autoridad suficiente: a fin de cuentas las multas por conductas impropias educan, y lo hacen bien.
Por qué es tan difícil entender que arrojar basura y escombros en las calles pone en juego la salud de todos. Debemos respetar el orden público y cuidar la propiedad social.
El problema de las indisciplinas sociales es de todos, y todos somos alguien. De ahí que el primer paso sea desterrar la tolerancia y la pasividad ante lo mal hecho, para repensar nuestro comportamiento. El cambio al respecto depende de usted, depende de todos y cada uno de nosotros.
¿A cuántos el asombro nos ha volteado el rostro cuando alguien echa basura en un cesto y no en el medio de la calle? Lo que debería pasar como algo natural de repente se llama asombro.
¿Cuántas veces somos testigos del que lanza una lata vacía hacia cualquier destino o golpea un teléfono público? Y es que al final nos consolamos con que "todo es de todos", ¿o de nadie?, y quizás mañana "alguien" reponga el teléfono, o recoja la basura, sin percatarnos que nosotros mismos formamos parte de la responsabilidad.
Con qué naturalidad un vecino le pone banda sonora a nuestros días y noches, mientras la vulgaridad se vuelve melodía, traspasa paredes, y se cuela en ese espacio inviolable que creímos era nuestra casa.
¿Culpables? En primer lugar la familia, aunque, sin lugar a dudas esta responsabilidad trasciende los muros de casa.
Muchas veces las instituciones no cumplen con su responsabilidad, o simplemente no establecen la autoridad suficiente: a fin de cuentas las multas por conductas impropias educan, y lo hacen bien.
Por qué es tan difícil entender que arrojar basura y escombros en las calles pone en juego la salud de todos. Debemos respetar el orden público y cuidar la propiedad social.
El problema de las indisciplinas sociales es de todos, y todos somos alguien. De ahí que el primer paso sea desterrar la tolerancia y la pasividad ante lo mal hecho, para repensar nuestro comportamiento. El cambio al respecto depende de usted, depende de todos y cada uno de nosotros.
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