El
Tercer Simposio Internacional René Valdés Cedeño, auspiciado por la
Fundación Caguayo centra sus actividades durante 2015 en la restauración
del Prado de las esculturas de Santiago de Cuba.
Por Dayron Chang Arranz
Santiago de Cuba, 18 mar.— Cercano a la
ruta del café que conduce a La Gran piedra, a diez kilómetros de
Santiago de Cuba, está la coordenada exacta, donde la creatividad humana
hace competencia al prodigio de lo natural.
Montañas de fibrocemento, columnas solares de acero, y hasta una flora esculpida en madera descubren la armonía que cohabita en estas cuarenta hectáreas del famoso Prado de las Esculturas. Muy pocos olvidan aquel Simposio Internacional de escultura ambiental en marzo de 1988 donde nació la idea de aprovechar esta abrupta topografía. En ella unos veinte bocetos hallaron ambiente de vida gracias al monumentalista Augusto Rivero.
Según los restauradores del sitio en el lugar hay un gran número de artistas internacionales por eso el Simposio René Valdés Cedeño promovido por la Fundación Caguayo utiliza su financiamiento en la restauración de unas veinte piezas.
Para Alberto Lescay, director de la Fundación Caguayo es éste un patrimonio extraordinario de la plástica cubana que estaba prácticamente destruido no solo por el Sandy también por el tiempo de descuido, de ciertas descoordinaciones que hubo.
Por ejemplo hasta hace solo unos meses era el marabú lo que impedía llegar a Frida, monumental pieza del mexicano Manuel de Jesús. En ese entonces tampoco se podían contemplar las Raíces de Jorge Arango, el Pórtico de Ricardo Amaya y ese sol que sale de las formas de Caridad Ramos. Pasado 27 años el Arco de Carlos González es solo una de las piezas que se restauran en el Prado de las esculturas.
Según abundaron los especialistas el acero estaba en un alto grado de deterioro fundamentalmente la corrosión. Se tuvo que aplicar materiales muy sofisticados como convertidores de oxido para contrarrestar esa oxidación, luego aplicar anticorrosivo y luego pinturas de alta calidad a la intemperie futura que va a tener la obra para tratar de que perdure por un largo periodo de tiempo.
Aún con sus mayas por tejer está el Laberinto del venezolano Enrico de Armas, mientras las piedras recién pulidas de Villamizar provocan otra vez sobrecogimiento. Juntas se integran a un lenguaje monumental que ratifican los encantos ocultos de un asentamiento turístico y aborigen como Baconao.
Realmente el lugar amerita un espacio como lo concibió en sus inicios el ambientalista Augusto Rivero, explica Lescay, “con servicios colaterales que puedan apoyar el gran proyecto del Prado, con un diseño acorde con los conceptos que maneja todo el parque así como un espacio de trabajo para la continuidad creativa, se está pensando en un sitio para que permanentemente exista un escultor cubano y uno extranjero haciendo esculturas para Santiago de Cuba”.
La solución propuesta en los análisis es empezar a construir el proyecto original por etapas, comenzando por la planta baja de la torre, con un espacio que resolvería las necesidades de oficina, gastronomía, comercialización y otros menesteres.
La torre de tres plantas de cuatro metros de puntal cada una contendría un museo de escultura pequeña, centro de documentación sobre la escultura, exposición y venta y una azotea mirador.
A las dos plantas intermedias y al mirador se accederá a través de una escalera metálica que bordea tres lados del edificio a modo de una gran escultura envolvente que permitirá diferentes visuales según se vaya ascendiendo.
En cuanto a la cerca perimetral se vio como adecuada una cerca peerles camuflajeada por la parte interior con buganvilias muy tupidas de varios colores y piedras. Para la coexistencia de animales se proponen solamente aves y conejos ya que otro tipo como chivos y vacas podrían deteriorar las esculturas y limitaría las posibilidades creativas de los futuros artistas.
Se prevé también la conservación de otras esculturas emplazadas en el Plan Baconao Turquino como el conjunto de Sergio Martínez, una escultura de Elia Mateu y otra del maestro Rogelio Rodríguez.
Montañas de fibrocemento, columnas solares de acero, y hasta una flora esculpida en madera descubren la armonía que cohabita en estas cuarenta hectáreas del famoso Prado de las Esculturas. Muy pocos olvidan aquel Simposio Internacional de escultura ambiental en marzo de 1988 donde nació la idea de aprovechar esta abrupta topografía. En ella unos veinte bocetos hallaron ambiente de vida gracias al monumentalista Augusto Rivero.
Según los restauradores del sitio en el lugar hay un gran número de artistas internacionales por eso el Simposio René Valdés Cedeño promovido por la Fundación Caguayo utiliza su financiamiento en la restauración de unas veinte piezas.
Para Alberto Lescay, director de la Fundación Caguayo es éste un patrimonio extraordinario de la plástica cubana que estaba prácticamente destruido no solo por el Sandy también por el tiempo de descuido, de ciertas descoordinaciones que hubo.
Por ejemplo hasta hace solo unos meses era el marabú lo que impedía llegar a Frida, monumental pieza del mexicano Manuel de Jesús. En ese entonces tampoco se podían contemplar las Raíces de Jorge Arango, el Pórtico de Ricardo Amaya y ese sol que sale de las formas de Caridad Ramos. Pasado 27 años el Arco de Carlos González es solo una de las piezas que se restauran en el Prado de las esculturas.
Según abundaron los especialistas el acero estaba en un alto grado de deterioro fundamentalmente la corrosión. Se tuvo que aplicar materiales muy sofisticados como convertidores de oxido para contrarrestar esa oxidación, luego aplicar anticorrosivo y luego pinturas de alta calidad a la intemperie futura que va a tener la obra para tratar de que perdure por un largo periodo de tiempo.
Aún con sus mayas por tejer está el Laberinto del venezolano Enrico de Armas, mientras las piedras recién pulidas de Villamizar provocan otra vez sobrecogimiento. Juntas se integran a un lenguaje monumental que ratifican los encantos ocultos de un asentamiento turístico y aborigen como Baconao.
Realmente el lugar amerita un espacio como lo concibió en sus inicios el ambientalista Augusto Rivero, explica Lescay, “con servicios colaterales que puedan apoyar el gran proyecto del Prado, con un diseño acorde con los conceptos que maneja todo el parque así como un espacio de trabajo para la continuidad creativa, se está pensando en un sitio para que permanentemente exista un escultor cubano y uno extranjero haciendo esculturas para Santiago de Cuba”.
La solución propuesta en los análisis es empezar a construir el proyecto original por etapas, comenzando por la planta baja de la torre, con un espacio que resolvería las necesidades de oficina, gastronomía, comercialización y otros menesteres.
La torre de tres plantas de cuatro metros de puntal cada una contendría un museo de escultura pequeña, centro de documentación sobre la escultura, exposición y venta y una azotea mirador.
A las dos plantas intermedias y al mirador se accederá a través de una escalera metálica que bordea tres lados del edificio a modo de una gran escultura envolvente que permitirá diferentes visuales según se vaya ascendiendo.
En cuanto a la cerca perimetral se vio como adecuada una cerca peerles camuflajeada por la parte interior con buganvilias muy tupidas de varios colores y piedras. Para la coexistencia de animales se proponen solamente aves y conejos ya que otro tipo como chivos y vacas podrían deteriorar las esculturas y limitaría las posibilidades creativas de los futuros artistas.
Se prevé también la conservación de otras esculturas emplazadas en el Plan Baconao Turquino como el conjunto de Sergio Martínez, una escultura de Elia Mateu y otra del maestro Rogelio Rodríguez.
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