Un
multidisciplinario equipo de trabajo integrado por arquitectos,
ambientalistas y artistas de la plástica permitió la inauguración el 14
de octubre de 1991 de la Plaza de la Revolución Mayor General Antonio
Maceo.
Por Dayron Chang Arranz
Primero las ideas, los bocetos, la fundición. Alberto Lescay desencriptando las razones del héroe, para componer su entonces incorpóreo amasijo de bronce. Guorinoex Ferrer rebuscando en la historia del machete mambí, con el abstraccionista concepto de darle forma artística al acero.
Debajo de la colina artificial el
edificio soterrado anhelaba el mármol que solo halló estética ornamental
con el escultor Ángel Peña. Mientras manos de todas partes tejían el
vitral por el cual penetró la luz.
Según comenta Rodulfo Vaillant, presidente de la filial santiaguera de la UNEAC durante aquellos días resaltó también en el equipo multidisciplinario la meticulosa visión del arquitecto José Antonio Choy. “La ciudad de Santiago de Cuba –refiere el intelectual- está marcada por la obra de este prominente hombre que nos legó, en el ámbito urbano, la grandiosa construcción del Hotel Meliá Santiago, cinco estrellas y por supuesto su criterio no faltó en la plaza de la Revolución.”
Choy logró brillar –comenta Vaillant- de conjunto con muchos otros proyectistas que ayudaron a reorganizar la ciudad y que la embellecieron con nuevas instalaciones y monumentos históricos. “A mi entender por su quehacer, no solo en Santiago, sino también en otros rincones de la isla, se le podría considerar como uno de los más importantes arquitectos del siglo XIX en Cuba.”
A aquellos primeros días de proyectos, le sucedieron mediciones en el terreno, ideas encontradas, visitas inesperadas; el trasiego trasnochador de granito y pavimento que conformaron el trapezoidal conjunto de 53 mil metros cuadrados. Todos escribiendo la historia con un discurso monumental.
“No siempre lograban ponerse de acuerdo, comenta Vaillant. Todos investigaban por su lado la obra que les ocupaba, por ejemplo la historia del machete, o pasajes de la vida de Maceo, elementos resaltables de la Protesta de Baraguá; para luego unificarlos en el gran monumento.
Recuerda el también músico y compositor que no faltó el asesoramiento constante y la preocupación del líder histórico de la Revolución Fidel Castro, quien encendiera la llama eterna durante los días de aquel Congreso del Partido Comunista que tuvo por sede a la Ciudad Héroe.”
De aquellos ajetreados instantes nos queda el Maceo con mayores dimensiones de la isla: 90 toneladas y 16 metros de altura. Con él 23 machetes se aferran al cimiento confirmando intransigencia y cubanidad.
La llama eterna en el agua, reflejando rebeldía y perdurabilidad. Los salones holográficos con elementos y utensilios que marcan la vida del General Antonio.
El vitral más grande de Cuba. Todo transpira y cuenta aquella épica escena que es la Protesta de Baraguá. Lo intangible permanece en estos recintos, incluso más allá de lo visual.
Lo interesante de todo esto, culmina Vaillant, es como lograron converger desde el punto de vista estilístico, conceptual y artístico, tantas visiones algunas más realistas, otras más abstractas, creando una obra que mereció luego varios premios, pero que al fin y al cabo se convirtió en un símbolo no solo para los santiagueros, sino para todos aquellos que hablan y visitan nuestra isla.
Desde aquellos días de 1991 la Plaza de la Revolución santiaguera testimonia los momentos que cualquier ciudad se negaría a olvidar. En ella perdura lo que sus artistas y admiradores escriben aún en lenguaje monumental.
Según comenta Rodulfo Vaillant, presidente de la filial santiaguera de la UNEAC durante aquellos días resaltó también en el equipo multidisciplinario la meticulosa visión del arquitecto José Antonio Choy. “La ciudad de Santiago de Cuba –refiere el intelectual- está marcada por la obra de este prominente hombre que nos legó, en el ámbito urbano, la grandiosa construcción del Hotel Meliá Santiago, cinco estrellas y por supuesto su criterio no faltó en la plaza de la Revolución.”
Choy logró brillar –comenta Vaillant- de conjunto con muchos otros proyectistas que ayudaron a reorganizar la ciudad y que la embellecieron con nuevas instalaciones y monumentos históricos. “A mi entender por su quehacer, no solo en Santiago, sino también en otros rincones de la isla, se le podría considerar como uno de los más importantes arquitectos del siglo XIX en Cuba.”
A aquellos primeros días de proyectos, le sucedieron mediciones en el terreno, ideas encontradas, visitas inesperadas; el trasiego trasnochador de granito y pavimento que conformaron el trapezoidal conjunto de 53 mil metros cuadrados. Todos escribiendo la historia con un discurso monumental.
“No siempre lograban ponerse de acuerdo, comenta Vaillant. Todos investigaban por su lado la obra que les ocupaba, por ejemplo la historia del machete, o pasajes de la vida de Maceo, elementos resaltables de la Protesta de Baraguá; para luego unificarlos en el gran monumento.
Recuerda el también músico y compositor que no faltó el asesoramiento constante y la preocupación del líder histórico de la Revolución Fidel Castro, quien encendiera la llama eterna durante los días de aquel Congreso del Partido Comunista que tuvo por sede a la Ciudad Héroe.”
De aquellos ajetreados instantes nos queda el Maceo con mayores dimensiones de la isla: 90 toneladas y 16 metros de altura. Con él 23 machetes se aferran al cimiento confirmando intransigencia y cubanidad.
La llama eterna en el agua, reflejando rebeldía y perdurabilidad. Los salones holográficos con elementos y utensilios que marcan la vida del General Antonio.
El vitral más grande de Cuba. Todo transpira y cuenta aquella épica escena que es la Protesta de Baraguá. Lo intangible permanece en estos recintos, incluso más allá de lo visual.
Lo interesante de todo esto, culmina Vaillant, es como lograron converger desde el punto de vista estilístico, conceptual y artístico, tantas visiones algunas más realistas, otras más abstractas, creando una obra que mereció luego varios premios, pero que al fin y al cabo se convirtió en un símbolo no solo para los santiagueros, sino para todos aquellos que hablan y visitan nuestra isla.
Desde aquellos días de 1991 la Plaza de la Revolución santiaguera testimonia los momentos que cualquier ciudad se negaría a olvidar. En ella perdura lo que sus artistas y admiradores escriben aún en lenguaje monumental.
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