Por Armando Fernández Martí
Santiago de Cuba, 16 ene.— Dijo José Martí: “Cuando hay hombres sin decoro, hay otros que llevan en sí el decoro de muchos hombres” y Rubén Martínez Villena fue uno de estos otros que supo echar sobre sus hombros toda la dignidad de su pueblo para encausarlo en la lucha por la justicia social y conducirlo hasta el derrocamiento del tirano Gerardo Machado en agosto de 1933, aunque en ello se le fue la vida.
Santiago de Cuba, 16 ene.— Dijo José Martí: “Cuando hay hombres sin decoro, hay otros que llevan en sí el decoro de muchos hombres” y Rubén Martínez Villena fue uno de estos otros que supo echar sobre sus hombros toda la dignidad de su pueblo para encausarlo en la lucha por la justicia social y conducirlo hasta el derrocamiento del tirano Gerardo Machado en agosto de 1933, aunque en ello se le fue la vida.
Al morir Villena tenía 35 años, una
corta existencia que podríamos resumir así. Nació en Alquizar, La
Habana, el 20 de diciembre de 1899. En septiembre de 1916 matricula en
la Universidad habanera, donde se gradúa como abogado en 1922. Irrumpe
en la vida política del país en 1923 cuando participó en la célebre
Protesta de los Trece. Ese mismo año es uno de los fundadores de la
Falange Acción Cubana e inaugura junto a Julio Antonio Mella la
Universidad Popular José Martí, para que estudiaran en ella los
trabajadores y personas más humildes.
En 1925, Rubén forma parte de la directiva de la Liga Antimperialista de Cuba., junto con Mella y Carlos Baliño. Dos años después ingresa en el Partido Comunista, del cual llegó a ser miembro de su Comité Central. A partir de ese momento asesora como abogado a la Confederación Nacional Obrera de Cuba y con ella conduce a los trabajadores a una exitosa Huelga General de 24 horas contra el dictador Gerardo machado y posteriormente parte hacia el exilio de donde regresa en mayo de 1933, en un estado bastante crítico de salud por la tuberculosis que padecía desde años atrás y no se preocupó mucho por restablecerse.
Martínez Villena no le temía a la muerte, sino que la despreciaba. Ya había dicho que una Revolución necesita víctimas, pero también servidores de acero y él se consideraba entre estos últimos, porque nunca tuvo vocación de mártir, sino de héroe. Cuando se convenció de que su enfermedad no tenía cura, regresó con pasaporte falso a Cuba en mayo de 1933 para ponerse al frente de la lucha contra el tirano Gerardo Machado, organizando a Huelga General que lo derrocó el 12 de agosto de 1933, la cual dirigió junto a otros líderes obreros, desde su cama postrado fue la cabeza presente en el movimiento aunque se estaba muriendo.
Ingresado en el Sanatorio “La Esperanza”, de La Habana, desde el 21 de diciembre de 1933, Villena aún le quedó fuerza para organizar el Cuarto Congreso de Unidad Sindical, cuya clausura coincidió con su muerte el 16 de enero de 1934, a las 4 y 30 de la mañana, tras sufrir un fuerte ataque de disnea, del cual no pudo recuperarse. Se apagaba así una corta, pero volcánica existencia. Con él moría una de las más altas esperanzas de la patria irredenta.
El cadáver de Villena fue velado en el Salón de los Torcedores en la capital, y frente a él desfilaron durante horas miles de hombres y mujeres del pueblo para darle el último adiós doloroso por tan irremediable pérdida.
Ese 16 de enero de hace 81 años las pupilas de Rubén se quedaron fijas en la muerte como para recordarnos lo dicho en uno de sus poemas: “Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado / de atisbar en la vida mis ilusiones de muerto. / ¡Oh!, la pupila insomne y el párpado cerrado, / ya dormiré mañana con el párpado abierto”
En 1925, Rubén forma parte de la directiva de la Liga Antimperialista de Cuba., junto con Mella y Carlos Baliño. Dos años después ingresa en el Partido Comunista, del cual llegó a ser miembro de su Comité Central. A partir de ese momento asesora como abogado a la Confederación Nacional Obrera de Cuba y con ella conduce a los trabajadores a una exitosa Huelga General de 24 horas contra el dictador Gerardo machado y posteriormente parte hacia el exilio de donde regresa en mayo de 1933, en un estado bastante crítico de salud por la tuberculosis que padecía desde años atrás y no se preocupó mucho por restablecerse.
Martínez Villena no le temía a la muerte, sino que la despreciaba. Ya había dicho que una Revolución necesita víctimas, pero también servidores de acero y él se consideraba entre estos últimos, porque nunca tuvo vocación de mártir, sino de héroe. Cuando se convenció de que su enfermedad no tenía cura, regresó con pasaporte falso a Cuba en mayo de 1933 para ponerse al frente de la lucha contra el tirano Gerardo Machado, organizando a Huelga General que lo derrocó el 12 de agosto de 1933, la cual dirigió junto a otros líderes obreros, desde su cama postrado fue la cabeza presente en el movimiento aunque se estaba muriendo.
Ingresado en el Sanatorio “La Esperanza”, de La Habana, desde el 21 de diciembre de 1933, Villena aún le quedó fuerza para organizar el Cuarto Congreso de Unidad Sindical, cuya clausura coincidió con su muerte el 16 de enero de 1934, a las 4 y 30 de la mañana, tras sufrir un fuerte ataque de disnea, del cual no pudo recuperarse. Se apagaba así una corta, pero volcánica existencia. Con él moría una de las más altas esperanzas de la patria irredenta.
El cadáver de Villena fue velado en el Salón de los Torcedores en la capital, y frente a él desfilaron durante horas miles de hombres y mujeres del pueblo para darle el último adiós doloroso por tan irremediable pérdida.
Ese 16 de enero de hace 81 años las pupilas de Rubén se quedaron fijas en la muerte como para recordarnos lo dicho en uno de sus poemas: “Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado / de atisbar en la vida mis ilusiones de muerto. / ¡Oh!, la pupila insomne y el párpado cerrado, / ya dormiré mañana con el párpado abierto”
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