Por Marta Cabrales Arias
Santiago de Cuba.— Como si le corriera por las venas, varias generaciones de los hacendados franceses Venet y los Danger en esta ciudad oriental cubana heredaron de sus ancestros la tradición de bailar y cantar a la usanza francesa y contagiaron a muchos con la costumbre.
Tan es así que la condición de Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad conferida en el 2003 por la UNESCO a la agrupación, integrada hace siglo y medio por miembros de esa familia, tenía entre sus principales consideraciones la presencia en ella de representantes de las sexta y séptima descendencias.
El origen de esas sociedades que proliferaron en el suroriente cubano se remonta al siglo XVIII cuando en las plantaciones cafetaleras los amos franceses permitían momentos de esparcimiento a los esclavos.
Imitaban la refinada gestualidad de la corte versallesca en sus cantos y bailes, acompañados, por los toques de tambores africanos.
En los días festivos de los Santos Patrones, los hacendados daban esas licencias a los infelices negros que iban sedimentando así la mezcla portentosa de la música y la danza traída por ellos desde sus lejanas tierras, particularmente las dahomeyanas, con las percibidas de los galos asentados en el Caribe.
Además de la proyección puramente recreativa, esas agrupaciones funcionaban para el socorro y la ayuda mutua con manifestaciones también en la religión, la culinaria y la linguística.
De acuerdo con los investigadores, en las haciendas de los franceses Antonio Venet y Santiago Danger, situadas en las alturas del poblado de El Caney, tuvo sus raíces la Tumba Francesa Lafayette, nombrada así en honor al general abolicionista.
En 1905 se dividió en dos y una de ellas, La Caridad de Oriente, sobrevive hasta hoy desde aquel 24 de febrero de 1862, según documentos históricos.
En los albores del pasado siglo radicó en el barrio de Los Hoyos, donde se sumaron al tronco Venet-Danger nuevos integrantes, atraídos por el magnetismo de sus toques, sus cantos y sus bailes.
Caracterizan su música tres grandes tambores o tumbas, confeccionados con madera y piel de chivo, y los ejecutantes se nombran de acuerdo con su instrumento: mamamier para el premier o principal, secondier para el second (segundo) o bula y cataye, que toca el cata, mientras las cha-cha o marugas acompañan al coro y son de las mujeres.
Los bailes, por su parte, son el yuba, de fuerte influencia africana, y el mason, que recuerda a algunos de salones de París como el minuet, además de la tahona, en el cual hay improvisación y los bailarines danzan alrededor de cintas de colores que tejen y destejen.
A diferencia de otras manifestaciones danzarias propias de la región, la de la Tumba Francesa es un espectáculo organizado, complejo y prolongado y puede compararse internacionalmente con la contradanza, género de salón de origen inglés popularizado en América Latina.
En los cantos el coro resulta primordial y la voz guía la lleva el composee, quien improvisa al compás de los toques y el acompañamiento.
Esa función ha sido desempeñada siempre en esta Tumba por mujeres. Vocablos franceses y de origen dahomeyano se confunden con el español en esas interpretaciones.
La intensa musicalidad y el ritmo contagioso de esos acordes permiten fijar con facilidad su contenido, marcado esencialmente por sentimientos de pertenencia, rebeldía y heroísmo, junto a filones de sátira y comicidad.
Batas de cola y corte princesa para las damas, que llevan los cabellos enfundados en pañuelos de colores y camisas de cuello duro y chalecos para los caballeros recuerdan la elegancia de las modas parisinas.
El jigote, el ajiaco, las empanadillas, frituras de mariscos, harina de maíz, carne de cerdo y tubérculos hervidos con aliños de cítricos, acompañados por arroz congrí y bebidas como el ponche, el aguardiente o rones, son los platos típicos que forman el legado culinario de la Caridad de Oriente.
Confluyen algunos padres, hijos y nietos, quienes tienen entre sus paradigmas a las ya desaparecidas Consuelo (Tecla) y Gaudiosa (Yoya) Venet Danger, reina, músico y cantante la primera y presidenta de la sociedad, composee y bailarina la segunda. Hoy, Andrea Quiala Venet lidera la Tumba, junto a su esposo Flavio Figueroa Padilla.
Llama la atención que el idioma de aquellos inmigrantes galos se fue transformando en creole con fonética africana y sus descendientes continuaron hablándolo junto al español y llamándose a sí mismos franceses.
Por toda esa obstinada persistencia en el tiempo, los valores de esta Tumba trascienden su entorno y son un monumento vivo del sedimento espiritual de la Humanidad. Representan, además, la primera manifestación intangible que en Cuba es declarada como Patrimonio Mundial.
Para la séptima de las villas fundadas en la Isla por los españoles resulta un honor inmenso que la convierte, además, en la ciudad con mayor cantidad de sitios o expresiones culturales con tan significativo título al tenerlo ya el Castillo San Pedro de la Roca y ser parte del Paisaje Arqueológico de los primeros cafetales franceses en el sudeste cubano, que también lo ostenta.
Todo ello habla de una seria labor de rescate y preservación en la que han participado aquí investigadores de la Casa del Caribe, del Centro provincial de Patrimonio, la Universidad de Oriente y otras instituciones culturales y científicas.
De lo que fue casi dos siglos atrás mimetismo ingenuo de los esclavos hacia sus amos perdura hoy la Caridad de Oriente como huella del devenir histórico en estas tierras del Caribe y un baluarte de la cultura cubana y universal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario