Por Armando Fernández Martí
Siete días demoró el Yate Granma en navegar por aguas del Atlántico y el Caribe las 1852 millas que separaban al puerto mejicano de Tuxpan de un punto cercano a Playa Las Coloradas, en la costa sur oriental cubana, adonde arribó el 2 de diciembre de 1956.
Para los 82 expedicionarios que venían a bordo de la embarcación fueron aquellos, siete días de numerosas vicisitudes y la incertidumbre de ser descubiertos por buques o aviones de la dictadura cubana y ser hundidos en pleno océano.
Por eso, la llegada a la costa y el desembarco fueron momentos de gran júbilo. Sin embargo, apenas unos minutos después la alegría se perdió cuando comenzaron a internarse en la ciénaga y los gigantescos manglares del lugar, que convirtieron a aquellos 82 hombres en “un ejército de sombras y fantasmas”, como lo describiera el Che años después.
Tal vez en esos momentos algunos perdieron a fe y la causa que habían emprendido, porque circunstancias así aflojan los espíritus y restan voluntades. Más la mayoría absoluta tuco confianza que su sacrificio no era en vano y lo demostraron días después, cuando fueron sorprendidos en una emboscada en Alegría de Pío y entre las balas y el fuego se escuchó un grito: ¡Aquí no se rinde nadie!
De la estirpe de esos 82 expedicionarios surgió el glorioso Ejército Rebelde, iniciador de la guerra de liberación nacional forjado en las más difíciles circunstancias y que en tan solo dos años y un mes después derrotaron a un ejército profesional dotado de los más modernos medios de combate, alcanzando la victoria final de la Revolución.
El Ejército Rebelde se convirtió así en un ejército de todo el pueblo y con ello en las gloriosas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, continuadora de aquellos hombres que le dieron vida como los del Moncada, del Granma y de la Sierra y combatientes como Camilo, el Che, Almeida, Raúl y Fidel.
Por eso desde aquel 2 de diciembre de 1956, hace hoy 57 años, el Granma y las FAR andan juntos de la mano en la historia
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