Por María Elena López Jiménez
Santiago de Cuba, 29 sep.— Del tablao flamenco nació y su arte lo dedicó a privilegiar la cultura popular española. El último deseo de Antonio Gades fue que sus restos descansaran en Cuba y así se cumplió.
En el 2004 las cenizas del bailaor español fueron despedidas en Madrid donde murió a los 67 años luego de una penosa enfermedad.
Y en Cuba se le erigió un monumento al gran amigo en el Mausoleo del Segundo Frente Oriental Frank País García en la provincia santiaguera; un hermoso complejo escultórico que remite a la esencia del artista: resaltan dos botas de mármol negro, muy pulidas y lustrosas que parecen animadas por la fuerza del taconeo del bailaor. La plataforma toma la imagen de una cuchara de albañil para perpetuar al padre de Gades, un albañil republicano.Todo el material fue traído desde Elda, Alicante, la tierra natal.
En la parte posterior, una jardinera donde crecen flores rojas y amarillas como los colores de la bandera española. Delante de la misma, una penca caída de palma real que recuerda la muerte prematura del camarada.
Dentro de un tocón como de palma real, permanecen las cenizas de Gades en unión firme con la tierra cubana. Sobre ese tronco cortado, una tarja muestra las palabras pronunciadas por Gades el 5 de junio de 2004, cuando recibió de manos de Fidel la Orden José Martí: “Nunca me sentí un artista, sino un simple miliciano, vestido de verde olivo, con un fusil en la mano para dónde, cómo y cuándo siempre estar a sus órdenes”
Un hito en la historia del artista fue cuando vino recibió la gran condecoración cubana. Un periodista lo escribió en una bella crónica:“También fue un enamorado de la mar —la llamaba así porque la veía como a una mujer—; y eso explica que haya decidido atravesar el océano Atlántico a finales de 2003, en un pequeño velero de tan solo 17 metros de eslora. La nave era como su David frente al gigante Goliat. La bautizó como Luar-040, en honor a dos de sus grandes amigos: Luar, por su compadre Raúl Castro (nombre leído al revés), y 040 por su otro compadre Colomé.
Partió desde el puerto de Altea, España, y durante esta travesía, ya tocado mortalmente por el cáncer, desafió tempestades que causaron roturas en las velas. Sorteó un caprichoso ciclón —el Odette— que desde hacía mucho tiempo no se formaba en el área del Caribe para esa época del año; vivió intensos frentes fríos, y finalmente, cuando surcaba los mares al norte de La Española, se encaró con valentía a las intimidaciones de un guardacostas norteamericano que no pudo con aquel pequeño David.
El 28 de diciembre de 2003 llegaba Gades a la bahía de La Habana, poco antes de cumplir dos meses de navegación junto a dos marineros alicantinos y un médico cubano. Con este viaje Gades le ratificaba a todos que Cuba era «el puerto de su vida», porque en esta Isla encontró la mejor manera de mostrar su valía como hombre de compromiso y dignidad, como amigo, como combatiente leal y defensor de las causas justas, como comunista e internacionalista.
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