Santiago de Cuba, 4 dic.— Su nombre es Sergio Martínez, pero fue rebautizado por sus vecinos como “Sergio Revolución”. Este ha sido y será el mayor compromiso de su vida: “Yo me encontraba trabajando en una mina del II Frente Oriental, cuando llegó una comisión de cuatro barbudos, el 16 de abril del 58. Nos invitaron a los que quisiéramos a quedarnos con el Ejército Rebelde y mi ayudante y yo decidimos incorporarnos”.
Proclama el sacerdocio de la utilidad y
afirma que lo aprendió de Fidel: “A partir de que conocí a ese hombre
tan extraordinario mi conciencia ha sido otra. Me convertí en un ser
mucho más útil y lleno de amor, inculcado por el ejemplo de aquel
hombre”.
Granma, Isla de Pinos y Pinar del Río lo vieron entrenar a los campesinos, para los primeros Planes de Desarrollo Agrario. Allí vio a Fidel conjurar lo imposible para construir la Revolución: “El primero lo creó en el este de Niquero donde él desembarcó en el Granma y le puso “Agrupación Granma”. Cuando llegamos a ese sitio no existían condiciones ninguna, ni talleres, ni personal calificado ni nada, solo árboles.
Él mismo daba todas las instrucciones. Yo le dije: Comandante, yo no tengo operadores para los cuarenta carros que compramos. Me responde: ¿Tú sabes manejarlos? Le digo: Sí, en eso me especialicé cuando nos envió a buscar los equipos. Fidel no me dice más nada; después me doy cuenta de que me quiso decir que si yo sabía, enseñara a los demás”.
Se retiró a las montañas que circundan Santiago para, desde allí, seguir siendo un Fidel. Cuenta sus obras. Salir a fundar es para él un acto cotidiano.
“Yo vivía al lado del Hogar de Ancianos de Ciudamar. Allí dejé una tienda comercial porque antes teníamos que ir muy lejos a comprar.
Llegué al Puerto de Boniato cuando me jubilé y encontré que las vecinas iban con las vasijas a lavar la ropa en un pocito que había en el farallón y con la colaboración de las empresas del municipio y la provincia, aquí dejé un acueducto. “Así me convertí también en un Fidel, haciendo todo lo que él hacía, sin cobrar nada, sin tener salario, ni nada”.
Su sencillez es un grito que convoca. Todos, en cualquier sitio, somos Fidel.
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