Texto y Fotos Ivianna Rodríguez Santana
Santiago de Cuba, 22 mar.— A escasa
distancia de la Gran piedra que corona los parajes de la Sierra Maestra,
aquí donde siglos atrás se vivió el esplendor de los caficultores
franceses, renace hoy sobre las ruinas de estos antiguos emporios: el
Jardín Ave del Paraíso.
Apenas siete trabajadores custodian este
tesoro natural, descendientes quizás de aquellos pocos que no lograron
vivir lejos de los encantos de estos paisajes, en los tiempos que
desapareció la opulencia cafetalera.
El clima templado que predomina en estas serranías, junto al afán de estos hombres y mujeres favorece el esplendor de múltiples verdores, que engendran más de 200 especies, casi 20 de ellas endémicas, con el fin de abastecer la comercialización de adornos florales en la ciudad.
En este sitio de cuatro hectáreas que se extienden laderas abajo, uno de los mayores atractivos es la flor exótica que le da su nombre: Ave del Paraíso.
Durante nuestra visita, tuvimos la suerte de apreciar un Agapantus, quizás el único florecido para estos meses: Sus hojas cubren como una alfombra verde los muros, y como una barrera viva evita la erosión.
Abonados por la historia del café, los antiguos secaderos hoy funcionan como enormes canteros para la notable variedad de especies que crece aquí.
Estas alturas realizan una invitación perenne para todo aquel amante del equilibrio ecológico, y de los encantos de un entorno ya de por sí exuberante y único.
El clima templado que predomina en estas serranías, junto al afán de estos hombres y mujeres favorece el esplendor de múltiples verdores, que engendran más de 200 especies, casi 20 de ellas endémicas, con el fin de abastecer la comercialización de adornos florales en la ciudad.
En este sitio de cuatro hectáreas que se extienden laderas abajo, uno de los mayores atractivos es la flor exótica que le da su nombre: Ave del Paraíso.
Durante nuestra visita, tuvimos la suerte de apreciar un Agapantus, quizás el único florecido para estos meses: Sus hojas cubren como una alfombra verde los muros, y como una barrera viva evita la erosión.
Abonados por la historia del café, los antiguos secaderos hoy funcionan como enormes canteros para la notable variedad de especies que crece aquí.
Estas alturas realizan una invitación perenne para todo aquel amante del equilibrio ecológico, y de los encantos de un entorno ya de por sí exuberante y único.
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