Autor: Félix López
Henrique Capriles, candidato de la oligarquía venezolana y del imperialismo, ha perdido dos contiendas presidenciales en seis meses. La primera, el pasado 7 de octubre frente al gigante Chávez. La segunda, este 14 de abril frente a Nicolás Maduro. Su más reciente victoria electoral ocurrió el 16 de diciembre de 2012, cuando conquistó la gobernación de Miranda, con solo 45 111 votos de diferencia frente al contrincante bolivariano Elías Jaua. Entonces, el Consejo Nacional Electoral (CNE) le pareció un órgano justo, limpio y transparente.
Este 14 de abril, Capriles ha perdido frente a Nicolás Maduro por una diferencia de 234 935 votos (según tendencia irreversible del primer boletín). Y tal como se venía evidenciando en su actitud previa al acto electoral, no acepta el resultado y ha convocado a una perreta nacional, con cacerolazos, guarimbas (desórdenes), acusaciones y desconocimientos del poder electoral, mentiras y campañas de miedo, deslegitimación del presidente electo y desconocimiento de la voluntad popular mayoritaria, que en las últimas horas realizó despreciables actos de violencia contra instalaciones de salud, viviendas, comercios, sedes políticas entre otros.
A no dudar, los próximos días y horas serán tensos en Venezuela. La actitud irresponsable del candidato perdedor y de su comando, que reciben órdenes y asesoramiento en la embajada gringa en Caracas, pretende crear un clímax similar al de abril de 2002. Solo que esta vez el alto mando de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana está cohesionado en torno al pueblo y fiel a su Comandante en Jefe; los bolivarianos están más organizados, el sistema nacional de medios públicos de comunicación es más
sólido y Nicolás, el presidente electo, les ha dicho que es un hombre de paz, pero que no permitirá que lleven al país por el despeñadero de la violencia.
El mal perdedor y sus mentores andan arremetiendo contra el CNE. Exigen un conteo total de votos, demanda que los bolivarianos aceptan con la seguridad de que saldrán beneficiados al sumarse los votos no automáticos, provenientes de las regiones remotas del país, donde el apoyo a la opción revolucionaria es mayoritario. Pero Capriles no ha pedido una auditoría en paz. El pataleo, con un guión tan bien diseñado como su campaña, incluye la creación de una cadena de desestabilización, y en cualquiera de esos escenarios puede ocurrir un hecho extraordinario que ponga en juego la paz del país.
Recordemos hoy las nuevas modalidades de golpes de Estado que ya se ensayaron con cierto éxito en Honduras y Paraguay; y decimos "cierto éxito" porque las respuestas populares ante esos hechos y la reacción continental también indican la existencia de una nueva modalidad de enfrentamiento. Para los revolucionarios bolivarianos esta es la hora de la alerta, la paciencia y la firmeza. Mientras el pataleo opositor disemina su odio de clases por toda la geografía venezolana, el pueblo tiene que unirse más en torno a Nicolás Maduro, el continuador de la obra de Chávez.
Si la oposición venezolana hubiese aprendido de una vez las reglas del juego democrático (esas con las que Chávez los derrotó 17 a 1), ahora mismo estarían administrando bien la alta participación de sus seguidores (unos 680 000 votos más que los obtenidos en octubre de 2012), en lugar de llamar a la guerra. Capriles tiene la responsabilidad de guiar y conducir a quienes les dieron su voto, no de llevarlos al enfrentamiento, como hicieron en 2002 para tomar por asalto el poder que perdieron en las urnas.
Al ser proclamado presidente por el CNE, Nicolás Maduro les ha enviado un claro mensaje: "Mayoría es mayoría y debe respetarse en democracia, no se pueden buscar emboscadas, inventos para vulnerar la soberanía popular; eso solo tiene un nombre: golpismo". Y de eso se trata esta historia, el nuevo capítulo de una novela que tiene como tema recurrente el golpe continuo y el objetivo de derrocar a la revolución por las malas. Porque a las buenas (con los votos) han vuelto a perder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario