Autor : Adis López González
De
una familia de profundos valores éticos y una tierra de enraizada
tradición patriótica provenía él, para quien los adjetivos se hacen
insuficientes en la tentativa de describir cuánto de este valioso hombre
intentaron arrebatarnos.
Moral y pureza pocas veces conocidas,
en un noble espíritu de justicia que hallaba máxima expresión en
excepcionales aptitudes de dirigente.
Su capacidad de organización, acción y pensamiento han sido justamente valoradas por cuantos lo conocieron.
En
medio de la disciplina y el rigor, una infinita sensibilidad hacía
brotar en él lo de poeta mostrando humanismo aún más admirable.
Sí,
porque era el mismo joven quien exigía el primer y sagrado lugar de la
Patria, el que también confiesa el dolor eterno, llorando la ausencia y
sus penas
sordas en aquel poema a su hermano Josué.
Justo
por eso, aquel 30 de julio no hizo falta convocatoria. Sus asesinos
jamás imaginaron que en lugar de desaparecerlo, inmortalizaban entonces
la
integridad y el ejemplo.
Hicieron que jamás dejara de
estar en Santiago, y el pueblo demostró que Frank se había diseminado,
vivía en cada uno de estos que tomaron las calles
para hacer
temblar a la propia muerte, espantar cualquier miedo y demostrar que
aquellas líneas del poema son más que una convicción:
Hay muertos que, aunque muertos, no están en sus entierros;
¡Hay muertos que no caben en las tumbas cerradas
y las rompen, y salen, con los cuchillos de sus huesos,
para seguir guerreando en la batalla…!
¡Únicamente entierran los muertos a sus muertos!
¡Pero jamás los entierra la patria!
¡La Patria viva, eterna, no entierra nunca a sus propias entrañas…!
Esto hacemos cada día de los mártires, rendir tributo, reanudar el compromiso con las entrañas de la Patria.
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