Por Margarita Piedra Cesar
Santiago de Cuba, 10 feb.— Fecha funesta para la Revolución Cubana lo fue aquel 10 de febrero de 1878, cuando en el lugar conocido por San Agustín del Brazo, región del Camagüey, fue firmado el bochornoso Pacto del Zanjón, entre el gobierno colonial y el gobierno de la República en Armas.
Factores diversos condujeron a tan trágico fin de nuestra primera gesta libertaria sin lograrse los principales objetivos por los cuales se había luchado durante casi 10 años: en primer lugar, la independencia de Cuba, y en segundo, la abolición de la esclavitud.
Entre esos factores primaron la falta de unidad entre los revolucionarios, la imposibilidad de llevar la guerra a todas las regiones de la isla, la escasez de recursos y apoyo de la emigración, así como la autonomía de los jefes militares en los territorios bajo su mando, o sea, el caudillismo.
España supo aprovechar bien la coyuntura para lanzar una ofensiva más que militar, política, que hizo sus mellas en los más débiles representantes del gobierno civil, a los cuales les faltaba la fe en la lucha revolucionaria.
Todo ello condujo a la disolución de la Cámara de Representantes, creándose un comité llamado del centro, cuyo presidente Emilio Luaces y el secretario, Brigadier Rafael Rodríguez, firmaron el ominoso pacto, sin consultar la opinión de la totalidad de los jefes y soldados del Ejército Libertador.
Un mes y días después de la firma del vergonzoso documento, en Mangos de Baraguá, el Mayor General Antonio Maceo, a nombre de los bravos guerreros orientales, protagonizó su viril protesta, que hizo comprender a España, que la lucha sólo terminaría con la victoria final.
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