Por Margarita Piedra Cesar
Santiago de Cuba, 5 ago.— El 5 de agosto de 1977, hace hoy 37 años, casi acabado de cumplir los 78 años de edad, Doña Rosario García cerró sus ojos para siempre y se fue a descansar eternamente junto a su esposo Agustín País y sus dos hijos, Frank y Josué, en una tumba que permanentemente está llena de flores, escoltada por la Bandera de la Patria y por la del Movimiento 26 de Julio, como testimonio cierto de que "morir por la patria es vivir".
Santiago de Cuba, 5 ago.— El 5 de agosto de 1977, hace hoy 37 años, casi acabado de cumplir los 78 años de edad, Doña Rosario García cerró sus ojos para siempre y se fue a descansar eternamente junto a su esposo Agustín País y sus dos hijos, Frank y Josué, en una tumba que permanentemente está llena de flores, escoltada por la Bandera de la Patria y por la del Movimiento 26 de Julio, como testimonio cierto de que "morir por la patria es vivir".
Doña Rosario García, la madre de los
hermanos País, era de origen español pero ello no le impidió amar a Cuba
e inculcar en sus tres hijos: Frank, Agustín y Josué, el más puro de
los sentimientos, la libertad de su patria, además de enseñarles a ser
disciplinados, responsables, leales, dignos y valientes, entre otras
virtudes, a pesar de ser una familia humilde.
Por eso no era de extrañar para Doña Rosario que sus tres hijos y sobre todo Frank, estuviera entre los jóvenes que a partir del golpe de estado de Fulgencio Batista, en marzo de 1952, se le opusieran y se incorporaran de diversas formas a la lucha contra el régimen dictatorial.
Calladamente, doliéndole en lo más profundo del alma, Doña Rosario se percataba del peligro que corrían sus muchachos, pero a ninguno trató de desalentarlo y cuando más, los exhortaba a cuidarse mucho y no arriesgar la vida inútilmente.
En 1957, con solo un mes de diferencia la muerte le arrebató a dos de sus más preciados tesoros: Josué País que con 17 años cayó combatiendo el 30 de junio y Frank País, asesinado en una calle santiaguera el 30 de julio, cuando estaba todavía por cumplir los 23 años de edad.
Ella misma se puso al frente de arrebatarle a la dictadura los cadáveres de sus hijos y los llevó a reposar. Tan solo eso, porque como muertos, siguieron viviendo y luchando hasta la victoria final acompañados de su gloriosa madre.
Y desde el primero de enero de 1959, Doña Rosario vio renacer a sus hijos Frank y Josué, en los niños, en los adolescentes, en los jóvenes y en los millones de corazones que desde entonces la acompañaron, no con dolor y pesar, sino con la alegría infinita de contemplar día a día la obra de Josué y de Frank en la Patria nueva forjada por la Revolución, por la cual ofrendaron sus vidas aún en flor.
Por eso no era de extrañar para Doña Rosario que sus tres hijos y sobre todo Frank, estuviera entre los jóvenes que a partir del golpe de estado de Fulgencio Batista, en marzo de 1952, se le opusieran y se incorporaran de diversas formas a la lucha contra el régimen dictatorial.
Calladamente, doliéndole en lo más profundo del alma, Doña Rosario se percataba del peligro que corrían sus muchachos, pero a ninguno trató de desalentarlo y cuando más, los exhortaba a cuidarse mucho y no arriesgar la vida inútilmente.
En 1957, con solo un mes de diferencia la muerte le arrebató a dos de sus más preciados tesoros: Josué País que con 17 años cayó combatiendo el 30 de junio y Frank País, asesinado en una calle santiaguera el 30 de julio, cuando estaba todavía por cumplir los 23 años de edad.
Ella misma se puso al frente de arrebatarle a la dictadura los cadáveres de sus hijos y los llevó a reposar. Tan solo eso, porque como muertos, siguieron viviendo y luchando hasta la victoria final acompañados de su gloriosa madre.
Y desde el primero de enero de 1959, Doña Rosario vio renacer a sus hijos Frank y Josué, en los niños, en los adolescentes, en los jóvenes y en los millones de corazones que desde entonces la acompañaron, no con dolor y pesar, sino con la alegría infinita de contemplar día a día la obra de Josué y de Frank en la Patria nueva forjada por la Revolución, por la cual ofrendaron sus vidas aún en flor.
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